Colombia no tiene una relación más importante con ningún otro país que con los Estados Unidos. No es solo porque sea la primera superpotencia económica y militar del mundo, o porque lo tengamos como cuasi vecino en nuestro hemisferio. El país del norte es, de lejos, nuestro principal socio comercial, con un intercambio que alcanzó los US$28.300 millones el año pasado. También es el origen de US$5.516 millones en inversión extranjera directa durante el mismo lapso.
Por si esto fuera poco, allá se encuentra la mayor parte de nuestra diáspora con 1,6 millones de origen colombiano en el 2021, según el Migration Policy Institute, cifra que estimo yo fácilmente supera los dos millones en la actualidad. No debe sorprendernos entonces que más de la mitad de los US$10.300 millones en remesas recibidas en el 2023 tengan origen en este grupo poblacional.
Por todas estas razones, no hay justificación alguna para que la relación bilateral más importante se haya manejado con las patas por parte del gobierno de Gustavo Petro, quien no ha dejado de proferir insultos y acusaciones contra ese país cada vez que puede. En sucesión, ha repetido que Estados Unidos es el mayor depredador del medio ambiente (se equivoca… es China), que está arruinando las economías de América Latina (de nuevo se equivoca… es el mayor socio e inversionista), y de ser ‘conducido’ por nazis (acusación grave y ridícula a la vez), entre otras docenas de intervenciones donde lo tiene como blanco favorito, solo igualado por Israel.
Pero no solo es lo que dice, es lo que hace (o deja de hacer). Por ejemplo, la erradicación y reducción de cultivos ilícitos en Colombia, gústenos o no, ha sido un objetivo fundamental del trabajo conjunto de ambas naciones. Y es claro que desde la Casa de Nariño no se le ha dado la más mínima prioridad a este tema, por lo que las hectáreas cultivadas de coca se han trepado a 250.000, motivando no solo advertencias de oficiales y congresistas en Washington, sino también derivando en una importante reducción del 50% en el paquete de ayuda proyectada para Colombia en 2024.
Quizás el mayor daño causado es que definitivamente parece roto el consenso bipartidista de apoyo que habíamos logrado en el Congreso de Estados Unidos, entre miembros de los partidos demócrata y republicano. Los primeros están desilusionados con nuestro gobierno y los últimos están enojados. Gustavo Petro no aprovechó la apertura del gobierno Biden hacia las ideologías que él representa, pero sí se encargó de cargarse a los republicanos, y ahora queda sin puentes frente a una probable presidencia de Donald Trump, que no lo quiere ni poquito.
Lo que no ha entendido nuestro líder galáctico, que no distingue entre el interés nacional y su enfermiza ideología, es que, en un mundo polarizado, uno tiene que saber quién le sirve, con quién hay más vínculos, y quién lo representa mejor en temas de democracia, modelos económicos y afinidad cultural. Todas estas casillas las cumple Estados Unidos. Quienes sí no las cumplen son Rusia, Irán y Hamás. China cumple solo la casilla de vínculos comerciales, y Venezuela la de identidad cultural (si bien esto se da con la gente y no con su gobierno).
Con su agresividad, su posicionamiento geopolítico y su inacción, Gustavo Petro no ha hecho más que dinamitar la ‘relación especial’ que tenemos con Estados Unidos; su gobierno, sus partidos, sus empresas e inversionistas, y sus aliados en Europa y Asia Pacífico. Y ese alto precio lo pagaríamos todos los colombianos (si es que no lo estamos ya pagando). Otra gran equivocación a corregir en el 2026.