Uno de los grandes logros de la administración pública en Colombia radica en la formación y retención de un grupo de extraordinarios funcionarios en roles técnicos. Por lo general, estos profesionales ingresan por méritos propios, muy jóvenes, y acompañados de impresionantes logros académicos, así como altos promedios en sus notas y evaluaciones. Sus experiencias laborales abarcan entidades multilaterales, gremios, tanques de pensamiento, etc. Con frecuencia se los arrebata el sector privado, pero muchos permanecen por años sirviéndole al estado, convirtiéndose en el corazón palpitante de sus entidades. Sus análisis, conceptos, y proyecciones, han guiado la política pública durante décadas, y representan un valioso talento humano experto que habría que proteger y estimular a toda costa.
Pero no ocurre tal cosa en el gobierno de Gustavo Petro. El dogmatismo ideológico y la descabellada idea que los técnicos solo sirven si son “activistas” o “ideológicamente puros”, generó una salida en masa de personas con conocimientos irremplazables en el corto y mediano plazo. Diáspora que se estima ya en cientos, sin nadie quien lo evite y los proteja, toda vez que los ministros sensatos hace tiempo partieron. Figuras de izquierda que creíamos técnicas como Ricardo Bonilla, sucumbieron a la presión. El otro, que sí no aguantó más insensatez, fue Jorge Iván González, exdirector del Departamento Nacional de Planeación (DNP), quien renunció entendiendo que no podía cohonestar con esa lunática agenda.
Y llegamos al nombramiento de Alexander López como nuevo director del DNP. El exsenador trae consigo un historial de activismo sindical de las Empresas Municipales de Cali, Emcali, marcado por dos lamentables episodios como fue la toma de la torre de Emcali y el incendio de los archivos de Sintraemcali, mientras se cuestionaba el supuesto desvío de fondos de ese sindicato a su primera campaña al Congreso. En su legislatura ha sido fiel militante de las causas de izquierda, aunque se pone la camiseta también para defender causas de región. Promovió la primera línea, y defendió, y liberó, a sus más violentos detenidos. Su lealtad con Petro, y sobre todo con Francia Márquez, ha sido incuestionable. Pero de ahí a ocupar la cabeza del DNP, el trecho es grande.
En gracia de discusión, algunos políticos hemos hecho la transición a cargos técnicos y cosechado éxitos. Esta esperanza me duró hasta las primeras declaraciones del señor López. Lo primero que hace es desestimar las matemáticas y decir que su confesada dificultad con esta disciplina, se compensa con su conocimiento sin igual del territorio. Un salto de credibilidad muy grande para asumir. Lo segundo que hace es acusar, desde su cuenta de X, a la propia entidad que dirige, afirmando que “le volvieron miserable la vida a nuestra gente…”. Hágame el favor.
No voy a enumerarle al nuevo director lo imprescindible que es tener habilidades mínimas en matemáticas para ejercer su cargo y poder interpretar gráficos, tablas dinámicas y proyecciones. Espero por lo menos que maneje la regla de tres. Pero si no es así, más que nunca necesitará el consejo permanente de esa tecnocracia maravillosa que aún queda en el DNP, a la que él y su gobierno desprecian. Porque en una administración empeñada en ocupar todos los altos cargos con políticos y activistas de ‘primera línea’, más que nunca necesitamos lo que es irremplazable en la gerencia pública: el conocimiento y experiencia de miles de abnegados funcionarios de nivel medio, que evitan que el estado se reviente.