La teoría del nuevo Nobel de Economía, James Robinson, distinguido profesor de la Escuela internacional de verano de la Facultad de Economía de la Universidad de los Andes durante 20 años y mentor de algunos de sus profesores y de muchos de sus alumnos, ha generado un sentimiento de orgullo y mucha satisfacción tanto en esta Facultad como, en general, en la comunidad uniandina. Apenas natural.

En la columna que escribí este mismo fin de semana para el periódico El Nuevo Siglo hago alusión a los planteamientos de Robinson sobre lo que ha sido el desarrollo de Colombia y la actitud de las élites bogotanas frente al desarrollo económico e institucional, caracterizado por la exclusión en amplios sectores del territorio de las instituciones y ventajas del desarrollo, en una especie de pacto non-santo con las elites regionales. Me parece que el texto donde se desarrolla esta visión con más amplitud es en el que publicó la revista Current History con el título ‘Otros 100 años de soledad para Colombia’. Bien diciente, por cierto.

No sería exagerado pensar que los bancos multilaterales, Mundial, Bid, más recientemente Caf, y las agencias internacionales de cooperación, estudiarán ahora con más detenimiento las tesis del profesor Robinson. Y que de allí se derivarán recomendaciones que no será fácil eludir y que quizás pueden contribuir en forma muy constructiva a superar el vacío que señala el distinguido Nobel de economía.

Sería apenas apropiado que la Universidad de los Andes organizara un seminario pequeño, pero de muy alto nivel que permitiera evaluar lo que ha escrito sobre nuestro desarrollo el profesor Robinson y verificar si la situación es tal como él la presenta o hay algunas variaciones, quizás progresos significativos que valga la pena subrayar y replicar.

He señalado la existencia desde hace varias décadas del Centro de investigaciones para el desarrollo regional (Cider) resultado de una muy generosa donación del gobierno holandés a Uniandes y que estaba dirigido precisamente a formar técnicos de esos territorios que llamábamos intendencias y que ya la Constitución del 91 colocó en pie de igualdad con el resto de los departamentos del país para que ayudaran en la formulación de políticas públicas que hasta el momento eran inexistentes.

Nada más constructivo que examinar con un espíritu bien positivo la tesis del profesor Robinson y lo que ha ocurrido en las últimas cinco décadas en Colombia, particularmente, a partir de la Constitución del 91 que introdujo importantes innovaciones políticas y presupuestales para las regiones de Colombia.

Sería sorprendente que no obstante la relevancia que hoy han adquirido las tesis del profesor Robinson nuestra actitud fuera simplemente la de compartir con él la satisfacción por el premio Nobel y el desconocimiento del aporte teórico que él ha elaborado con la mejor intención para el progreso y bienestar de Colombia.