En mi última nota denuncié los delirios de una ultraizquierda que se expande en el mundo bajo el lema ‘woke’, una palabra recientemente inventada para decir ‘estar o mantenerse despierto’ ante las injusticias y las ofensas de nuestros adversarios. Suena interesante, pero no lo es, ya que en vez de unir y pacificar se revela divisiva y violenta, llegando a volverse dictatorial. Hoy quisiera alertar sobre la reacción contraria al movimiento ‘woke’ de una derecha fanática que defiende medios extremistas de alta peligrosidad.
Hace pocos días en Alemania el partido AFD (Alternativa para Alemania) de ultraderecha, en los estados de Turingia y Sajonia, al este del país y calificado extremista por la misma inteligencia local, triunfo en elecciones regionales de importancia, por primera vez desde la Segunda Guerra Mundial. Lo consiguió, en estados que anteriormente fueron comunistas. Comprobando, una vez más, que los extremos se atraen. El triunfo de AFD cayó como balde de agua fría en Alemania, un país que desde hace ocho décadas invierte enormes esfuerzos para hacerse perdonar sus sombríos años de nazismo. Por lo tanto, resiente que ahora surja un partido que según sus críticos “ejerce una política nazi, y no le importa. “Y su líder usa un ‘eslogan nazi’, sin temblarle la voz. Muy amargado por el triunfo de la ultraderecha, el canciller alemán Olaf Scholz (socialista) pidió a los demás partidos del país que no formen gobiernos con la extrema derecha y así, ayudar a luchar, unidos contra ‘la normalización del fascismo’.
Lo malo es que el fascismo se viene normalizando y expandiendo con rapidez en un mundo cansado y desilusionado por una izquierda cuyos excesos, suscitan rechazo. En Europa muchos países ya se inclinan hacia una ultraderecha que no busca disimular sus verdaderas intenciones. Avanza en Francia tras el partido RN (Rassemblement National) de Marine Le Pen, fundado por su padre Jean-Marie Le Pen, un excolaborador durante la ocupación nazi. Italia, en el poder, con Georgia Meloni a la cabeza de un partido nostálgico de Mussolini. Austria, los Países Bajos, Hungría, Polonia (aunque mostró moderación hace poco) y otros. Todos con gobiernos aislacionistas, hostiles a la idea de una Europa unida, negados a ayudar a Ucrania en su guerra contra Rusia, También xenófobos, antisemitas, trivializadores de los crímenes nazis, sin respeto por las instituciones. Y sobre todo antiinmigración que no disimulan su decisión de deportar a millones de inmigrantes, incluidos algunos con debida ciudadanía, pero considerados todos culpables de la ola de criminalidad en el país que habitan.
Además, los ultraderechistas de la Alemania oriental se sienten discriminados y abandonados por la parte oeste del país y sus gobiernos dominados por una ‘elite’ de izquierda que los ignora.
Ultraizquierda vs. ultraderecha, el fenómeno no solo se observa en Europa, sino en todo el mundo, incluso en América. Es sin duda el mismo que opone los seguidores fanáticos de Donald Trump a los también fanáticos que respaldan el clan Biden-Kamala. La división es total y se torna agresiva. En Latinoamérica el enfrentamiento izquierda-derecha se percibe en Cuba, Venezuela o Guatemala que se proclaman de izquierda o en el Salvador con un Bukele de ultraderecha, igualmente totalitario y, por lo tanto, indeseado. Entretanto los valores democráticos que tanto anhelamos con la tolerancia y la libertad que proponen se pierden en manos de extremistas que solo traen miserias. No olvidemos que, según el muy sabio Churchill, la democracia sigue siendo el menos malo de todos los sistemas políticos. Las evidencias lo confirman.