“Tengo una vaca lechera/ no es una vaca cualquiera…”, decía la cancioncilla que se instaló en la memoria colectiva de Colombia mucho antes que a Fidel Castro se le ocurriera criar a Ubre Blanca, la vaca que según él iba a terminar con el hambre en el mundo, pues daba diariamente 109,5 litros de leche en 1982.
La vaca revolucionaria fue ‘creada’ por el laboratorio biológico cubano, pero su vida fue efímera como las grandes plantaciones de cítricos que Fidel hizo sembrar en Jagüey Grande para abastecer con suficiencia a toda la Cortina de Hierro. Grandes cosechas de naranja se pudrieron y fueron lanzadas al mar, como los tomates, como el boniato. Castro tenía una enorme dicotomía entre el decir y el hacer; elevaba su pensamiento idealista sin pensar primero en quién iba a comprar esas cosechas o tener a disposición barcos gigantescos para su transporte. Así, inventó la famosa ‘zafra histórica’ la misma que iba a proveer de suficiente azúcar los mercados del mundo. Un fracaso.
Ahora es Brasil el país que hereda la locura fidelista y quiere “poner carne en todos los platos del mundo”. La familia Pereira, de Mina Gerais, creó a Viatina-19, una vaca que acaba de ser vendida en subasta por 4 millones de dólares. ¿Qué tiene de especial? Pesa 1.100 kilogramos, el doble de un ejemplar adulto promedio, y su existencia ha provocado verdaderas peregrinaciones hacia el lugar donde se encuentra, pues esta raza está destinada a producir carne, no leche. Viatina recibe la visita de miles de curiosos y sonríe con ‘ademán maternal’, pues, además, sus dueños dicen que es dulce, dócil, no obstante su extraordinaria solidez muscular.
Uno de sus dueños, Ney Pereira, asediado por centenares de estudiantes de veterinaria en su finca de Mina Gerais, después de descender de un helicóptero, dijo que fueron 9 años los que invirtió en tener hoy una vaca como Viatina. Sus óvulos se venden en US$250.000, a quien quiera comprarlos y tener, dentro de tres décadas, así lo reconoce Pereira, carne suficiente para el mundo.
El punto difícil ahí tiene que ver con el enorme registro de gases de efecto invernadero que producen las reses, algo que paulatinamente, así lo afirma Petro, “acabará con la raza humana”. O sea, a más consumo de carne, menos vida en la tierra.
Mientras tanto, son muchos los que pagan hasta US$3.000 por un buen filete de Wagyu, la especial y refinada carne japonesa de Kobe, proveniente de vacas abrigadas con lana virgen en los inviernos, y arrulladas por sonatas de Bach, algo que, así se ha comprobado, dulcifica y da terneza a sus lomos. Tuve una gallina a la que “adobé” en vida con la quinta sinfonía de Beethoven, pero su carne resultó más dura que el carácter del músico alemán.
Brasil es hoy el mayor exportador de carne vacuna en el mundo, un palmarés que tuvo por mucho tiempo Argentina. Hasta el escritor francés Louis-Ferdinand Céline registró en su novela “Viaje al fin de la noche”, la opulencia con la que vivían los exportadores de carne de Argentina en el distrito de Billancourt, cerca al Bosque de Boulogne. Después de la guerra, tenían servidumbre y cubiertos de oro y plata.
“A lo largo de una carretera que atraviesa el corazón de Brasil, los propietarios de Viatina-19 han colocado dos vallas publicitarias que alaban su grandeza e invitan a ganaderos, residentes curiosos y autobuses llenos de estudiantes de veterinaria a peregrinar para ver a la vaca”, dice un reciente informe.
“No sacrificamos al ganado de élite. Los estamos criando. Y al final de todo esto, vamos a alimentar al mundo entero”, dijo Ney Pereira.
En Colombia, donde la carne tiene hoy precio de oro, podríamos experimentar con la descendencia de Viatina, a ver si al fin le hincamos el diente a un buen filete de lomo viche, pues después del estallido estamos a punta de caderita. Sabrosa, sápida, criollita, pero lejos de esa carne bendita que producirá ahora Viatina, de raza cebú Nelore, originaria de India.