Por: Germán Martínez R, vicario episcopal para la Educación
Los creyentes no nos cansamos de celebrar la Pascua que dura siete semanas; han transcurrido cuatro y hoy inauguramos la quinta ya en dirección a Pentecostés (mayo 19), encima, para nuestra tradición, mayo es mes dedicado a María de Nazaret, la mujer de la escucha, la mujer atenta a la voz de Dios: “Dichosos los que escuchan la palabra de Dios y la guardan” (Lucas 11,28).
Hoy, 5 de mayo, se proclama en los templos el pasaje del evangelio de Juan que habla de la vid, la planta de la uva. Aunque no vivamos en el campo y no hayamos visto muchos viñedos de cerca, todos podemos comprender lo que quiere decir Jesús cuando afirma que “así como la rama no puede dar fruto por sí misma si no permanece en la vid, así tampoco ustedes si no permanecen en mí”.
La vida es la indisoluble unidad de los creyentes con Jesús. Según el cuarto Evangelio, Jesús de Nazaret es el “lugar de Dios”, “el templo de Dios”, “la presencia de Dios entre nosotros”, aislarse de Jesús, no entablar una relación estrecha con Él, es morir totalmente. Podar es tarea vital para la vida de toda planta, la imagen es muy sugestiva para los creyentes: abrirse a la palabra de Jesús de Nazaret y unirse a él es un proceso de limpieza de lo sobrante; es la misma idea de Pablo sobre el bautismo como proceso doloroso de separación de algo destinado a la muerte y carente de sentido, renuncia a vínculos pasados, liberación de todo lo que impide dar fruto. El fruto, en el evangelio, es la obra visible del amor, la entrega de la vida hasta el final. El cuarto evangelio ve la fuente de energía de los creyentes en una relación viva con Jesús de Nazaret. Con ocasión del lavatorio de los pies (Jueves Santo), el modelo es servir unos a otros.
Lo contrario es el egoísmo, las peleas por el poder, el afán de preeminencia. Quien dirige la mirada a Jesús no sigue siendo el mismo de antes, se conmueve y es transformado porque Jesús de Nazaret es el don de la vida a los seres humanos, el pan que comemos, el agua de la que bebemos. Permanecer en Cristo es ser contemplativos, salir de nosotros mismos, la básica proposición cristiana afirma que lo que redime a la persona es apartar la mirada de sí mismo, mirando a Cristo se encuentra la vida verdadera, la vida para los demás.