Queriendo con esta confesión hacerme entender y, en gran medida, intentar convencerme de que sus estudiantes también son víctimas, un maestro me declaró que “La violencia viene con ellos”.
El oficio de este maestro consiste en impartir lecciones a estudiantes que asisten al Sistema de Responsabilidad Penal para Adolescentes (SRPA). Este sistema se estructuró para garantizar el derecho a la educación a personas entre los 14 y los 18 años que han cometido algún tipo de delito y que no han concluido sus estudios.
La Institución Educativa en la que este maestro ofrece sus clases dispuso una jornada análoga, en las horas de la tarde, para recibir a estos adolescentes. Concluida la jornada matutina y regular, una oleada de niños y niñas se apresura hasta la puerta y cruza el umbral de la escuela para que, con posterioridad, un grupo de adolescentes, ya no tantos, ya no con tanta premura, entren a la institución. En ese momento, comienza para estos adolescentes, responsables penalmente, su jornada escolar.
Tras confesarme que la violencia es una característica que a todos estos adolescentes constituye, el profesor procuró matizar su propia declaración, afirmando que “casi todos son de corazón muy bonito”. Pero si su corazón es tan bello, ¿cómo explicar su violencia? ¿Cómo entender la violencia que, según las palabras del mismo maestro, traen consigo?
A todos, según el juicio de su maestro, parece serles común un hogar hostil. Esto hace que su violencia sea un mecanismo que desarrollaron, dice él, para defenderse de los lugares adversos en los que nacieron, por los que han transitado y en los que ahora incluso transcurre su vida: “Con ellos hay soledad y hay mucho dolor. La mayoría de los muchachos viene de hogares disfuncionales donde el papá está en la cárcel, donde el papá es consumidor (…) Donde la mamá prefiere más a otros hombres que a sus pelaos o vienen con mucho maltrato”.
Pero tras esta violencia superficial, aclara el mismo profesor, se hallan los niños que no pudieron ser. Y no lo pudieron ser, sencillamente, porque nunca se les dio la oportunidad de serlo. En cierta ocasión, llevaron un payaso. El entusiasmo ante el espectáculo del artista develó, según la versión del maestro, al niño que adentro llevan y que, tras un escudo, intentan esconder.
Así se me relató la historia: “Les llevamos un payaso. Había una cantidad de gente: sicarios, delincuentes. Pero para nosotros son niños, de 17 o 18 años riéndose felices, que se reían porque no pasaron esa etapa, de niños no la tuvieron (…). Uno siente que son personas muy buenas (…) y su violencia es solo un mecanismo de defensa porque ellos no tuvieron más oportunidad”.
La violencia de estos adolescentes, en la versión de su profesor, parece pender del hogar en el que crecieron, de las oportunidades que no tuvieron, de la niñez de la que se les privó. Su responsabilidad, por esa violencia que los constituye, parece estar vinculada, en parte, a la desafortunada decisión de haber elegido un hogar inadecuado para nacer.