En el combate contra la desigualdad, esa gran losa que pesa sobre Colombia, el desarrollo autónomo de sus regiones juega, a mi juicio, un papel fundamental.
Es difícil entender que desde los salones tradicionales del centralismo se puedan comprender las capacidades y necesidades de nuestras regiones. Son sus habitantes, sus dirigentes políticos y sociales, sus instituciones locales o empresariales, quienes mejor saben de unas y de otras.
Desde la nomenclatura y las altas esferas del poder central se toman decisiones que están guiadas por cuestiones, a veces, de interés político particular; otras, desde una perspectiva paternalista o voluntarista, en las que suelen influir afinidades o choques con este o aquel dirigente regional. Pueden darse también por cuestiones de mejora para tal o cual región, pero sin contar con la opinión de sus dirigentes regionales o locales y, menos aún, con sus habitantes. En todo caso, son decisiones que se toman al margen del rigor de un conocimiento profundo de cada región, de sus capacidades y necesidades, y de los anhelos de sus pobladores.
Por mi experiencia como exgobernador del Valle del Cauca, no es la primera vez que defiendo que la diversidad regional de Colombia es un activo valioso para el país y que la suma de sus capacidades y fortalezas, ayudarían notablemente a mejorar el bienestar de la población urbana y rural, así como la imagen de Colombia en el exterior. Ante todo, supondría para Colombia un impulso en todos los aspectos económicos, políticos, sociales y, por tanto, permitiría ensanchar un camino que fuera incorporando, en su recorrido, crecimiento, desarrollo sostenible, distribución más justa de la riqueza y desembocara finalmente en una Colombia menos desigual y más pacífica.
Las potencialidades que tiene, por poner un ejemplo, la región del Pacífico, con sus riquezas costeras, fluviales y continentales, su deseable desarrollo turístico de calidad y respetuoso con el medioambiente, únicamente pueden ser una realidad exitosa si se abre un diálogo entre el gobierno nacional y los poderes regionales y locales.
De igual modo, cada región sabe detectar, desde la proximidad, sus necesidades y es conocedora de sus potencialidades tangibles e intangibles, muchas de estas nacidas de la imaginación individual o de la cultura colectiva propia y fruto de los anhelos de una vida mejor.
En otro ejemplo sencillo, y ante el abandono paulatino e inexorable del carbón, tal vez La Guajira vea en la energía solar o en el viento una oportunidad alternativa y limpia en la producción de energía; o quizás la Amazonía entienda que un ocio de calidad atendiendo a lo científico y al naturalismo, permita convertirla en un ejemplo pedagógico de cuidado del Planeta, de uno de sus pulmones y en una región favorable al turismo ecológico y de cooperación con Brasil en todo lo referente a la investigación, conservación y uso de sus recursos y la prevención y atención de enfermedades que se generan en zonas selváticas.
Entregar cuotas de autonomía a nuestras regiones, supondrá aportar un indudable activo democrático que dará una mayor responsabilidad y madurez a sus dirigentes y habitantes y consolidará a Colombia como un país de regiones dinámico, activo y unido desde su rica diversidad.