Pertenezco a una generación en la que muchos de mis amigos entraron en la etapa de ser abuelos. Con la noticia ninguno de ellos se sintió viejo; todos presentían que entrarían a una época sinigual en sus vidas; la mayoría en privado decían que era la etapa del ‘Lobo feroz’ de Caperucita Roja, donde tocaba devorarse a la abuelita y todos ansiosos de ennietecer, bello verbo, por cierto.
Y llegaron los guámbitos, como decían Los Tolimenses, y con ellos las sorpresas. “Suegris, que pena pero solo puedes venir cuando el bebé esté vacunado. Espera ese par de meses que eso se pasa rápido. A propósito Abu, ¿trajiste tu carné de vacunación?”. “Pero papito si yo vine desde el exterior para acompañarte en todo este proceso. Quería que aprovecharas mi experiencia de mamá de cuatro hijos para ayudarte con mi nieto”, proponía con tristeza la suegra que renunció a su trabajo en el exterior para venir a Cali a acompañar a su hija. “Mami, no te azares, hemos bajado unas aplicaciones regias que nos indican 7/24/365 qué hacer con el niño minuto a minuto. Todo está debidamente programado”. Y así la tecnología entró a los hogares de hoy, sustituyendo una tradición milenaria: el acompañamiento en los procesos de maternidad y primeros meses de los nietos.
Con la inteligencia artificial, hasta las niñeras desaparecerán. Preparémonos para la llegada de la Roboteta, robot femenino que acumulará los saberes ancestrales de las madres (papillas, masajes, coladas) mezclados con los más recientes descubrimientos de las clínicas de Baltimore y Boston. Esa Roboteta con una autoridad en su voz cavernosa dejará calladas todas las visitas y provocará darle un puntapié en el cigüeñal apenas se volteé a calentar el tetero de las 19:23 del día 217 del nacimiento del niño.
Los pasos van en esa dirección. Una pareja de queridos amigos me comentaba cómo su hija y yerno trajeron del exterior una colchonetica que transmite permanentemente la vitalidad del bebé. Cuando pasan algunos segundos sin registrar movimientos, suena una sirena y los padres salen pitados a la habitación a reanimar el niño. Obviamente, todo el tiempo suena la sirena e ir a ese apartamento es como visitar la estación de policía de Fray Damián: permanentemente hay sirenas y gente corriendo. Cuando mis amigos les han dicho que con ese trote todos se van a enloquecer, el yerno les llamó “trogloditas cibernéticos”, ofensa hoy de marca mayor. “Estamos que no volvemos”, me dijeron melancólicos los abuelos.
¿Qué hacer con los consejos que aprendimos cuando fuimos padres? No tenemos a quien dárselos. Cuando un niño por ejemplo tiene pujo, la madre lactante debe abstenerse de comer alimentos que generen gases. Una amiga mía le dijo a su hija: “Como le estás dando pecho, no comas brócoli, coliflor o legumbres”. “Mami, no me des esos consejos tan chimbos, recuerda que soy vegana”. Otra ha cambiado la hora de las visitas al nieto. Iba a visitarlo cuando salía del trabajo y llegaba con la emoción y bulla de una abuela primeriza: “Por favor Luisa, estamos en horario ZEN, a partir de las 4:00 p.m. el bebé solo puede percibir serenidad y voz baja”. “A partir de ese día, entré en modo respeto total. ¡Prefiero que no me tengan en cuenta para nada, pero que no me veten!”.
Nos quedamos con el consejo de la infusión de manzanilla para los gases; la cebada perlada para el estreñimiento; el agua de arroz contra la diarrea y la leche materna para una mejor digestión, siempre que no se la tome el papá, pero eso es mejor ni preguntarle.
Sin duda los nietos han llenado de felicidad las familias, pero la exaltación a las redes e influenciadores han llevado al menosprecio las expectativas y sabiduría de las abuelas, quienes no merecen ser arrinconadas en este maravilloso proceso.