Gracias a los buenos oficios de Fernando Jaramillo, uno de los más reconocidos expertos en la obra y en la vida de Gabriel García Márquez, pude reencontrarme con Jaime Lopera Gutiérrez, compañero de los años universitarios en Bogotá, y liberal de tiempo completo, como yo.
Terminada la carrera, se nos ocurrió a Lopera y a mí convocar una Convención de Juventudes Liberales del Distrito, a la que asistirían los muchachos de ese partido de los diversos claustros de educación superior de la capital.
Pusimos manos a la obra y logramos que nos prestaran el Salón Elíptico del Capitolio Nacional para sede del evento rojo. Como necesitábamos una figura para que el convite fuera noticia, tuvimos el arrojo de pedir cita con el doctor Alfonso López Michelsen, a la sazón líder del incipiente Movimiento Revolucionario Liberal, en el que muchos vimos el porvenir del Partido, debilitado por los acuerdos del Frente Nacional.
López nos recibió en su lujoso apartamento del Edificio Antares, frente a la Plaza de Toros de Santamaría, y mientras fumaba su pipa y acariciaba la perra Lara, nos inquirió sobre los motivos que ambos teníamos para convocar la asamblea. Le explicamos, y con esa actitud lejana tan suya, aceptó concurrir a la inauguración. Lopera, generoso, me ofreció ser el orador inicial, y eché el discurso, al que respondió quien años después sería presidente de la República.
Desde aquel día, cuyo recuerdo guardo en mi memoria, no volví a ver a Jaime Lopera, y solo sabía de él cuando la prensa registraba su actividad política o literaria.
Jaime nació en Calarcá -es un año menor que este escriba- y luego de recibir su grado inició un largo período de funcionario público exitoso. Dirigió la Agencia de Servicio Social, dependencia de la presidencia de la República. Agregado comercial en la Embajada de Colombia en España. Gobernador del Quindío. Ha dirigido y colaborado en publicaciones literarias y culturales, como las revistas Eco, La Calle, y La Nueva Prensa. Colaboró en la agencia de noticias Prensa Latina, de la que fue subdirector nuestro nobel.
Ha escrito libros de éxito grande en ventas y de buen recibo por la crítica: El pez grande se come al lento, y La culpa es de la vaca. Es miembro de la Academia de Historia del Quindío.
Ahora me obsequia su última obra: Leer al Quindío, un libro muy interesante que en notas cortas narra lo que ha sido la existencia de esa región de Colombia, desde la colonización antioqueña, con hacha y con “el perro andariego que se tragó la montaña”, hasta su liderazgo como gran productora de café, cuando el grano era el más destacado renglón de exportación.
Cuando llegué por primera vez a la Cámara de Representantes, ya el Quindío había sido erigido en departamento por el Congreso, pero sí me correspondió participar en los debates del proyecto de ley por el cual se creaba el departamento del Risaralda, como el Quindío, desmembrado del Viejo Caldas, cuyo centralismo absorbente se apropiaba de las rentas departamentales y solo entregaba migajas al resto del territorio. La política, también, era manejada a su antojo por la élite caldense, liberal y conservadora.
De ahí que Ancízar López, de Armenia, y Camilo Mejía Duque, de Pereira, iniciaron la gestión para liberarse de la coyunda de los ‘azucenos’ manizalitas.
Muy feliz me siento con el reencuentro con Jaime Lopera, de quien espero continúe en su magnífica labor literaria.
Un abrazo, querido Jaime.