Todo arrancó con una propuesta, que aunque con un propósito loable, era ‘fofa’, con varios mensajes repetitivos de sentencias de la Corte y la constitución, débil en sostenibilidad fiscal y muy desligada del futuro. Me refiero a la propuesta de la Ley Estatutaria de Educación.
Sin embargo, a lo largo del camino en la Cámara de Representantes, y en una lectura algo más minuciosa de un texto que parecía más un discurso, empezó a aflorar una buena dosis de ideología en el proyecto. Algo contraevidente, cuando en el mundo de la educación superior crecía la desconfianza en el sistema, justamente por su ideologización. Asunto que, entre otras, ha llevado a la salida de varios Rectores y profesores universitarios en prestigiosas universidades del mundo.
El Proyecto de Ley de Reforma Estatutaria, empezó entonces a sacar las ‘orejas del burro’, y a mostrar evidentes intereses de Fecode y del viejo Mane y hoy del denominado Movimiento Estudiantil que, aunque respetables en sus opiniones, no dejan de ser una manera particular de ver el futuro del sistema, anclado igualmente en ideologías sesgadas.
Ideologías que por ejemplo desconocen el sistema mixto de educación superior. Ideologías a quienes les disgusta que los maestros sean evaluados por desempeño y resultados. Ideologías a quienes les molesta el ‘mérito’, cuando es importantísimo reivindicar y valorar los esfuerzos de la gente por mejorar, por lograr más calidad, por tener mejores desempeños, por avanzar, por el trabajo y la responsabilidad. Puntualmente en este caso configurando la ‘tiranía de la mediocridad’.
Ideologías a quienes les disgusta la educación posmedia y los marcos de cualificaciones, asuntos que facilitan el desarrollo de competencias para el trabajo y desarrollo humano, que implementan la pertinencia y responden a las urgentes necesidades de nuestro sector productivo. Ideologías que proponen como único camino de gobierno universitario, sistemas de ‘democracia directa’, que aparte de desconocer en la práctica bajos niveles de representatividad, suponen conflictos de interés, pero además le introducen politiquería y populismo a la elección de directivas universitarias. Modelos además contrarios a los libros blancos de política universitaria del mundo que han aparecido en las últimas décadas. Ideologías a quienes les molesta injustamente que existan subsidios a la demanda para que los estudiantes y sus familias escojan con libertad dónde y en qué formarse. Ideologías que marchitan el crédito educativo en universidades no oficiales que hoy beneficia a millones de familias en Colombia. Ideologías que exacerban los derechos y se les olvida que existen deberes.
El problema ahora es que, aunque se logró un consenso en la Comisión 1 del Senado, para hacerle ajustes al proyecto y lograr una propuesta equilibrada, que garantizaba el derecho a la educación, pero pensando en el futuro de la misma, en una demostración de “unidad en la diversidad”; ahora entonces aquellos ‘ideólogos’ prefieren hundir el proyecto y hundir el consenso.
Triste que poco reflejamos ese ánimo de la educación por construir pensamiento crítico, triste que nos cueste tanto construir consensos y cuando los logramos preferimos construir ‘conflictos’, triste que le metamos tanta ideología a un tema como la educación. Triste porque eso no es signo de una buena educación.