Una de las (pocas) ventajas de vivir en un país tercer munista es que las cosas malas (o buenas) llegan tarde y nos dan el tiempo de evaluarlas a la luz de sus efectos. Es lo que está pasando con la actual moda del ‘wokismo’, un movimiento que pretende inmiscuirse en nuestra vida para ‘hacer justicia’. Asume la venganza post-colonialista; se adjudica el derecho de cancelar o anular todo lo relacionado con cultura que le parezca ofensivo; denuncia el favoritismo para ciertas etnias en particular ‘los blancos’ y explica las disparidades raciales en materia de acceso a alojamiento, educación, empleos, etc.

En resumen se adjudican las facultades de una severa censura para ‘protegernos’ de los embates de los favorecidos sobre los desfavorecidos. Ser ‘woke’ es el término para obligarnos a estar ‘alertas’ o ‘despiertos’ para defenderse de las ofensas y las injusticias que nos deparan los más favorecidos. De los dominantes sobre los dominados.

Una censura que ahora nos exhorta a corregir nuestra historia, derrumbar las estatuas y los homenajes a las personalidades que por tanto tiempo respetamos y hundirlos en el lodo al hurgar en sus vidas y encontrar fallas en medio de las bondades que se les venían reconociendo. Que también nos ordena cuidar nuestro lenguaje, volverlo inclusivo y desprovisto de insinuaciones raciales o de género. Y finalmente adoptar la intransigencia máxima frente a quienes no comparten nuestra lucha y neutralizarlos por la fuerza.

El ‘wokismo’ nació en Estados Unidos hace casi una década y cobró fuerza a través del movimiento ‘Black Lives Matter’ que surgió después del asesinato de George Floyd por un policía ‘blanco’ y contra todas las violencias policivas cuyas primeras víctimas son los negros en Estados Unidos. Hoy en día el ‘wokismo’ manda en las universidades, en las cortes, en las empresas, en los hospitales, en las manifestaciones culturales, etc.

Todo estaría bien si no fuera porque las buenas intenciones tienden a viciarse a la hora de tener riendas sueltas. Entonces caen en las distorsiones y en engaños y el remedio se vuelve más peligroso que la propia enfermedad. Y es lo que está sucediendo.

Hoy, el ‘wokismo’ hace estragos por donde se mire. Por miedo a ser criticada la gente trata de mantenerse dentro de una línea severamente trazada por los ‘ideólogos’ woke. Un fascismo intelectual y social se erige contra la libertad de expresión propia de las democracias.

De repente el dominado se vuelve dominante y dictatorial. ¿Cuántos eminentes conferencistas fueron suspendidos o callados por sostener ideas diferentes del ‘wokismo’ vigilante? ¿Cuántos artistas frenados o ‘cancelados’ por querer expresarse libremente y sin atajos? El ambiguo concepto de la discriminación positiva impone su ley aunque es y sigue siendo discriminatorio.

Los periodistas no logran trabajar de manera objetiva. ‘Cuando la izquierda se voltea contra su propia gente’, tituló para explicarlo la muy liberal periodista Barri Weiss que tuvo que renunciar a su cargo en el New York Times por disentir sobre ciertas políticas del diario. Los extremistas se apoderaron del ‘wokismo’ para volverlo absurdo e inaplicable. Los ejemplos abundan, aún los más banales. Cuando una novia le susurra un tierno “gordo” a su novio, él la puede demandar por ofenderlo. O un novio contempla con un tierno “negrita” a su novia y ella lo puede meter en la cárcel por eso.

Cuando sacan la foto de la Tía Jemima que le rinde homenaje al producto que vende por ser una excelente cocinera pero que la censura ‘woke’ juzga racista. O cuando creen que el príncipe azul se aprovechó de la Bella Durmiente para besarla sin su consentimiento... Los humoristas captan el ridículo y lo utilizan con gran éxito.