Y así de golpe, entramos en una realidad oculta, otro estado de cosas en que el absurdo y la impotencia se impone para anular al individuo. Es el sin sentido de un sistema autoritario que ejerce un poder que interviene la totalidad de la vida privada y pública, del cual nunca se recibirá una respuesta, ni habrá salvación.

Se trata de ‘lo kafkiano’, un universo que descubrió el escritor checo Franz Kafka fallecido hace cien años, y de la huella que deja el asombro y el desconcierto que produce la lectura de su obra, al adentrarse en lo irracional e incierto desde un mundo aparente. Lo hemos interiorizado al punto de que toda experiencia semejante la identificamos con esa expresión, incluso lo hacen quienes no lo han leído en virtud de una especie de ósmosis de las grandes obras como el Quijote, que terminan conviviendo en el imaginario colectivo.

Sin clave de interpretación que no la hay, no basta con reducir la obra de Kafka a alegorías políticas, sociales, religiosas o psicológicas, pues en su singularidad llevó el hilo en diversos motivos, hasta la médula de lo incomprensible. En El Proceso, El Castillo y La colonia penitenciaria, hay personajes alienados o condenados por un régimen avasallador al que se adaptan, o bien rastrean su culpa, se pierden en el laberinto de la burocracia, o son víctimas de mecanismos impersonales, fenómenos intuidos por el autor en los albores del siglo XX.

En Kafka se invierte la lógica, explica Milán Kundera en El Arte de la Novela: “El que es castigado no conoce la causa del castigo. Lo absurdo del castigo es tan insoportable que, para encontrar la paz, el acusado quiere hallar una justificación a su pena: el castigo busca la falta” (p117). En el ensayo Kafka visionario del totalitarismo, afirma, era un autor inaceptable para ese mundo totalitario en Praga cuando el comunismo lo vetó, “porque su obra es la imagen de dicho mundo”.

Entre las teorías acerca de la posición política de Kafka prevalece la que se aparta de inscribirlo en una determinada doctrina, de derecha, izquierda o anarquista. Su sensibilidad social ante autoridades despóticas que coartan la libertad, lo ubica en un claro anti-autoritarismo, independiente de la ideología de un movimiento o régimen.

Punto de partida de la tiranía política en Kafka se aprecia en su Carta al padre: “Tú estabas dotado para mí de eso tan enigmático que poseen los tiranos, cuyo derecho está basado en la propia persona, no en el pensamiento”. La arbitrariedad en decisiones sin justificación alguna y exigencias absurdas o castigos desbordados, caracterizan ese dominio.

‘Lo kafkiano’ se atraviesa también cada vez que se impone el superpoder de la tecnología y la virtualidad, si se tiene en cuenta que perdimos capacidad para actuar en la vida sin él, en una especie de ‘capitis deminutio’, y, en cambio, obliga a correr en pos del mismo para toda actividad. El humillado contribuyente que declara, paga y comprueba, recibe un requerimiento automático por si acaso, donde se lee entre líneas, “puede que el sistema no registre su pago.”

El legado de Franz Kafka resultó profético de tendencias sociales y políticas contemporáneas que derivan en situaciones asfixiantes y controladoras de la existencia y la libertad, por lo que deberíamos vislumbrar a tiempo lo que hay detrás de estructuras o de un poder omnímodo. Quien no lo vea, un día sentirá los efectos sobre sí mismo.