En una explosiva entrevista con la Revista Bocas, esta semana el expresidente Samper se despachó contra media clase política colombiana y se mantuvo en su defensa –que ya casi suma tres décadas– frente al famoso Proceso 8.000. Tras una presidencia de cuatro años, un expresidente suele pasar el resto de sus días defendiendo su inocencia y cuidando su legado.
Al terminar la misma semana, el país observó con asombro la captura del hijo del Presidente en un escándalo que tiene mucho en común con el de Samper: involucra a su círculo cercano, pone en duda el origen de fondos que financiaron su campaña y le entrega a sus críticos la oportunidad de cuestionar la legitimidad de la forma en que fue elegido a la Presidencia.
De inmediato algunos de los líderes más reconocidos del petrismo reconocieron la manera en que el Presidente prometió no obstaculizar a la justicia en el caso y argumentaron que no se debe hacer política con tragedias familiares. Estuve de acuerdo con ellos esta vez, pero inmediatamente lamenté que hubieran hecho justo lo contrario con tantos otros líderes políticos en el pasado. Cabe recordar el caso de Marta Lucía Ramírez, por solo mencionar un ejemplo.
Pero la solidaridad por la forma en que el presidente anunció que aceptará la decisión de la justicia no puede hacer que el país olvide que de fondo el caso no es una historia lejana a él o de índole personal de su hijo. Se trata de un caso que compromete de manera directa a su campaña presidencial y que, por lo tanto, afecta de forma estrecha a su gobierno. Son muchas las preguntas que tienen una respuesta pendiente.
Lo cierto es que la presidencia de Petro se parece cada vez más a la de Samper. Ambos prometieron profundas reformas, pero perdieron el apoyo fundamental de varios partidos en el Congreso, y los dos enfrentaron durísimos escándalos desde el inicio de sus presidencias. En medio del duro momento que atraviesa el gobierno nacional, sería ingenuo no tener certeza de que gran parte de los esfuerzos del presidente Petro irán encaminados a defender la legitimidad de su mandato ante los cuestionamientos y a demostrar que cualquier irregularidad que haya tenido lugar no lo involucró de manera directa a él.
Hoy Petro enfrenta la más grande paradoja de su gobierno: llegó a la presidencia en medio de décadas enteras de ataques a las prácticas de las ‘élites’, ‘clane’ y familias políticas, y es el primer presidente de la historia del país cuyo hijo es capturado en medio de cuestionamientos tan graves.
Nadie debería celebrar que el país atraviese un momento tan oscuro. A la oposición hay que pedirle cautela y respeto a la hora de responder a esta crisis. Se trata del mismo respeto que tanto le fue demandado a líderes del actual gobierno cuando eran opositores y denunciaron casos que involucraron a familiares de líderes políticos, y con el cual poco cumplieron.
Es mucho el desgaste que enfrenta un país cuando un escándalo es lo que define una presidencia, y la defensa frente a ese escándalo es la que define a un gobierno. A la justicia hay que pedirle que llegue al fondo del asunto, al Presidente hay que exigirle que se mantenga en su decisión de respetar las decisiones judiciales y al partido de gobierno hay que reclamarle una autocrítica que no ha demostrado tener.