Mary, de 60 años, es la madre de tres hijos adultos que ya no viven en la casa. Hoy se dedica a mantener la casa “linda”, pero vive muy insatisfecha, aburrida y cansada de estar lidiando tantos años a un marido tiránico. Se ha “adaptado” a las circunstancias porque le resulta impensable contradecirlo, ya que ello significaría una confrontación desagradable en la que siempre lleva las de perder. Pero también porque manteniéndose en esa posición logra unos mendrugos que le dan la semblanza de una vida tranquila. Lo que ella no ha podido ver, por su apoltronamiento, es la profundidad de la humillación cotidiana y el efecto que esto tiene en su calidad de vida.
Gabriel, de 52 años, tiene dos hijos de 10 y 12 años y una buena posición en una empresa. Todo estaría en orden para quien ha organizado su vida de una manera muy cuidadosa, excepto por su relación de pareja, la cual es inexistente. Su esposa, que hace rato perdió el afecto por él, hace diez años tomó la decisión de cancelar la intimidad en la relación. Gabriel ha tenido que aceptarlo con un profundo y silencioso resentimiento, ya que no existe la posibilidad de un cambio. Está deprimido.
Considera que no es saludable seguir en ese “desierto afectivo” y que la única solución digna es separarse para buscar una vida mejor. Pero le asaltan los temores de siempre sobre el futuro, incluyendo el impacto en lo económico, en la vida social y familiar y en su relación con la iglesia. En su pasividad, no contempla con mucho entusiasmo el buscarse una nueva relación. También le preocupa la suerte de sus hijos, ignorando que ellos estarían mucho mejor si no lo vieran como un padre disminuido y humillado por las circunstancias de un matrimonio disfuncional. Algo que es muy evidente para los niños, pero que él no había querido ver.
Josefina, de 40 años, tiene un solo hijo de 13 a quien jamás le ha puesto límites, razón por la cual es un malcriado que hace lo que se le antoja. Las pataletas del niño, cuando ocurren, son escuchadas por todo el vecindario, y ya es famoso entre los allegados como un personaje insoportable. Pero el problema más grave radica en la nutrición, pues el niño solo come harinas y dulces. La mamá ha consultado a diversos especialistas para tratar de solucionar, no solo el problema de las pataletas inmanejables, sino de la alimentación pues el niño tiene un retraso en su desarrollo, producto de una ingesta caprichosa e irresponsable. Pero todos los esfuerzos han sido inútiles porque ella, como “amiga de su hijo” no es capaz de contradecirlo porque eso significaría dañar esa “maravillosa” relación.
¿Qué tienen en común estos tres casos?
Lo que Khalil Gibran denomina la pasión por la comodidad: “esa cosa furtiva que entra a la casa como visitante y se convierte luego en huésped y después en amo… y asesina la pasión del alma y… haciendo muecas se suma el cortejo fúnebre”.
La pasión por la comodidad es la raíz de muchos problemas y de muchísimo sufrimiento. Quienes se acostumbran a ella evitarían muchos problemas y mucho dolor si entendieran que el dejarse seducir por la tranquilidad como prioridad en la vida es una trampa en la cual es muy fácil caer y muy difícil salir.