Se hacen llamar GAB. Traduce Grupo de Amigos de la Biblioteca Centenario, la más antigua de Cali, que en este 2024 cumple 114 años. Son en total 17, todos usuarios fieles, la mayoría de la tercera edad, aunque hacen bromas y dicen que más bien son de la cuarta edad.

Se definen como ‘quijotes’ que cuidan la biblioteca, la mantienen viva a través de actividades culturales– traen escritores, organizan talleres de escritura y lectura, en este mes leen al cronista Germán Castro Caycedo – e intentan arreglar lo que pueden, con una dificultad: no les es posible gestionar recursos privados en una biblioteca que es pública, por vericuetos legales. Ni siquiera se les ha permitido cambiar una llave de paso que está dañada. Ellos sin embargo siguen adelante.

Se reúnen los lunes cada dos semanas, a las 5:00 de la tarde. Entre ellos están María Victoria Caicedo, hermana del escritor Andrés Caicedo; el artista plástico Felipe Eugenio Payán, propietario de la galería de arte Pájaro Azul; o Édgar Mejía Montes, quien visita a diario la biblioteca debido a lo que le sucedió en la infancia: se convirtió en un apasionado por la lectura y no hubo vuelta atrás.

El pasado lunes se encontraban en la sala La Retreta, junto a la terraza, disfrutando de la brisa caleña y conversando sobre las necesidades de la biblioteca, que le hicieron llegar mediante un derecho de petición al alcalde Alejandro Eder. Las cortinas de las ventanas están en mal estado, para empezar, y el aire acondicionado es insuficiente. Las luces de las salas de lectura Infantil, la Tertulia, la Retreta y Ferrocarril están fallando, y los muebles rotos; algunas estanterías se encuentran sin libros para protegerlos del comején.

La sala El Relator requiere especial atención. Allí se encuentran los libros más antiguos de la biblioteca, que se deben cuidar con mimo. No solo para preservarlos, sino porque lo obliga la ley 1379 del año 2010, que dice que los libros antiguos tienen que estar a una temperatura de 18 grados centígrados y la humedad controlada con filtros especiales. Solo así pueden sobrevivir ejemplares de 1661.

Otro de los espacios que necesita especial atención es la Cafebrería, en el primer piso, cerrada hace meses porque la anterior Alcaldía elevó de manera considerable, casi un 400%, el costo del arriendo. Allí los visitantes al barrio El Peñón acostumbraban a reunirse o a tomarse un café mientras leían un libro, un plan que extrañan. Además, con la cafetería desocupada, se deteriora. Ya hay goteras en los techos.

Otra obra urgente es el ascensor de la biblioteca, para permitir que sus principales visitantes, los adultos mayores, algunos con movilidad reducida, accedan al segundo piso.

Mientras los miembros del GAB conversaban sobre estas necesidades, un reportero les preguntó por el presupuesto anual de la biblioteca. Todos hicieron silencio y enseguida sonrieron: $24 millones en este 2024. El reportero dijo que era absurdo que la biblioteca más antigua de Cali tuviera apenas $2 millones mensuales para realizar su programación, hacer talleres, convocar escritores, promover la cultura, la creatividad, la identidad y Édgar aclaró: “No es absurdo. Es realismo mágico. Eso solo pasa aquí”.

La explicación de la Alcaldía a los bajos recursos para la biblioteca es una “armonización del presupuesto por el cambio de gobierno”. En otras palabras, se está aprendiendo a distribuir la plata.

Por fortuna la semana cerró con buenas noticias. Tras gestiones del GAB, la Secretaría de Cultura y la Red de Bibliotecas consideran dotar la biblioteca Centenario con equipos tecnológicos para finales de año. Además, contará con un presupuesto de $180 millones destinado a insumos, mantenimiento de los equipos de la sala especial y eventos culturales. Ojalá sea cierto. En una ciudad donde nos pasamos los semáforos en rojo, nos peleamos por cualquier cosa en la calle, tiramos la basura al andén, no hay nada más urgente que las bibliotecas para encontrarnos, formarnos, nutrir el espíritu, acceder libremente a la lectura y soñar con una mejor ciudad.