Manuel, 30 años, fue un niño maltratado como pocos he conocido en todos los años de mi trabajo clínico. Abandonado por largos períodos desde muy niño por una madre perversa que permitió toda clase de abusos, incluso sexuales, a manos de unos tíos maternos. Fue sometido por su propia madre, cuando era apenas un infante, a quemaduras con tizones al rojo vivo, en brazos y piernas que dejaron profundas cicatrices en sus brazos, que él ha tratado de ocultar con tatuajes. Pero las marcas mayores permanecen intactas en el alma de este ser humano bueno que sigue sin entender la razón de esos comportamientos maternos. Ellos ameritarían escribir todo un volumen sobre la incomprensible maldad de algunos seres humanos.
El caso de Manuel se trae a colación por una razón esperanzadora. Aún en las peores circunstancias aparecen en la vida de las personas, seres providenciales, algunos los llaman “ángeles”, que salvan de los infiernos a seres indefensos y les permiten acceder a una vida más o menos normal.
Por regla general, las personas que son sometidas a un maltrato infantil tienen una posibilidad más alta, que el resto de la población, para desarrollar problemas mentales en su vida futura. Pero, así como existen factores y personajes perversos, existen fuentes de protección del niño, representadas en un adulto que sale al rescate. En el caso de Manuel fue su abuela que a pesar de las dificultades económicas lo acogió, lo sacó del agujero negro donde se encontraba y lo fue llevando, en medio de una gran pobreza y enormes dificultades, a un mundo mejor. Allí pudo demostrar no solamente su enorme resiliencia, sino su capacidad de superación y su gran inteligencia. Además de estas características Manuel era muy receptivo y siempre estuvo dispuesto, con agradecimiento, a recibir la ayuda de quien fuera.
La suerte de encontrar la ayuda en el momento más crítico, su resiliencia y su receptividad le salvaron la vida. Apenas saliendo de su adolescencia, aparecieron otros espíritus bondadosos que creyeron en él y proporcionaron los medios para educarse en el SENA y a sus 20 años encontrar una posición en una empresa donde descubrieron la originalidad de su pensamiento y su capacidad creativa. Así como fue capaz de procesar todas estas emociones sin que lo destruyeran, tuvo la flexibilidad para irse adaptando a las nuevas circunstancias que fue encontrando y fue así como logró empezar una vida muy diferente.
Aún las más duras experiencias pueden dar lugar a cambios favorables. En el caso de Manuel al comienzo fue una abuela que lo rescató y después, ya como adulto joven, otras encuentros afortunados, oportunos y enormemente positivos con otras personas que se fueron apareciendo en su camino. A los 21 años Manuel fue invitado por la empresa donde trabajaba en Medellín, a un concurso internacional muy prestigioso obteniendo el primer puesto gracias a sus extraordinarias condiciones. Ese fue el despegue que hoy a sus 30 años lo tiene posicionado como un líder indiscutible en su trabajo. En lo personal sigue su lucha interior para combatir, cada vez con más éxito, las vivencias de una infancia infernal.