Por lo general, y aceptando que la realidad es bastante más compleja, las personas optimistas tienden a tener una mejor calidad de vida que las personas negativas.
Hacer futurología pesimista es malísimo para la salud. Además, los pronósticos pesimistas generalmente, y afortunadamente, no se cumplen.
¿Cuántas veces hemos pronosticado que las cosas van a salir muy mal y cuántas han salido, en efecto, así de mal?
Pero los pesimistas de oficio parecen entrar en éxtasis cuando pronostican el apocalipsis que se avecina. Hacen énfasis en las posibles dificultades en cualquier proyecto y son incapaces de visualizar las ventajas del reto.
Ser pesimista es muchas veces la vía del menor esfuerzo – produce gratificación más inmediata y es más cómodo proponer soluciones simplistas, extremistas, o polarizadas. Los pesimistas, empeñados en que su visión es la única que vale, tienden a reducir su círculo de amistades exclusivamente a las que piensan como ellas, al tiempo que desvalorizan las relaciones con otras personas que podrían ayudarles a salir de su pequeño mundo de amargura y se van quedando solas. Las personas que se van aislando en su negativismo tienen una mayor posibilidad estadística de morir prematuramente.
Las relaciones sociales más fuertes y positivas están definitivamente asociadas a una vida mejor y a una longevidad mayor. Una revisión (1) de 148 estudios realizados en diversas partes del mundo, que incluyó a más de 300,000 personas, mostró que la tasa de mortalidad de los individuos con menos vínculos sociales es más del doble que la de las personas con mayores vínculos sociales (2.3 veces para hombres y 2.8 veces para mujeres).
Pero, así como se sabe que el negativismo y el aislamiento son perjudiciales para la salud, también se sabe que esas características pueden cambiar hasta cierto punto, si la persona lo desea.
Durante mi práctica psiquiátrica he sido testigo de la metamorfosis adaptativa ocurrida con el paso del tiempo a muchas personas que en su fogosa juventud eran unos pesimistas, tercos, radicales, rígidos, egoístas y omnipotentes y fueron cambiando en la medida que se hacían mayores. También me he encontrado con adultos jóvenes con todas las razones para tener una visión negativa de la vida, por infortunados accidentes o por terribles circunstancias de su niñez, que gracias a una gran resiliencia y una actitud positiva pudieron sobrevivir y lograr una vida plena de sorprendentes realizaciones.
A cualquier edad, y contando con un mínimo de suerte que haga que aparezca en el momento más crítico el apoyo providencial que permite seguir en la lucha, algunos de los factores que contribuyen a una visión más positiva de la vida incluyen:
*Entender que tomar un rumbo favorable en nuestra vida depende, en un alto grado, de uno mismo, independientemente de las circunstancias que nos rodean. En otras palabras, aceptar que en la mayoría de los casos nuestro destino está en nuestras propias manos.
*Tener disciplina, fuerza interior y convicción de que es posible oponerse con éxito a las dificultades.
*Saber que el mejor aliado ante las más crueles circunstancias externas es el optimismo.
(1) Holt-Lunstad, J. et al, Social Relation-ships and Mortality: A Meta-analytic Review, NIH, 2010