Bill Maher es un periodista y comediante de izquierda, muy conocido en Estados Unidos por sus libros, películas y, sobre todo, por su programa de televisión semanal titulado Tiempo Real (o de la verdad) en televisión que aprecio.

Lo sigo fielmente por su sentido común y del humor que le permite abordar los temas más serios, divirtiendo. Sin embargo, sus seguidores —casi todos de izquierda— encuentran que Bill Maher cambió y ahora se inclina hacia una derecha que detestan. Él se defiende diciendo: “Yo no cambié, es la izquierda que cambió y se volvió dictatorial y yo lo denuncio”.

Bill Maher tiene razón. La izquierda cambió, se volvió intolerante y entregada a causas discutibles que nos quiere imponer. Al menor desacuerdo, censura y condena sin piedad y sin importarle caer en injusticias evidentes. La domina un movimiento político llamado ‘woke’ (despertar) que nació en los campus universitarios hace pocos años y predica una severidad extrema ante cualquier cuestionamiento. Lo hace en nombre del ‘derecho a no estar ofendido’.

Argumento que para ellos justifica todos los castigos. Tener conciencia de estar ofendido o de ofender se entiende como estar ‘woke’ o bien despierto y con pleno derecho a luchar contra el ofensor, sin limitación. Se trata de un movimiento inquietante, arropado con el manto ambiguo del ‘políticamente correcto’ de los años 60 y 70, que atenta contra la libertad de expresión, tan valorada en las democracias occidentales, también contra la creatividad propia de una sociedad libre.

Se hace llamar ‘progresista’, aunque en la práctica frena todo progreso para encerrarnos en una moralidad compleja, asfixiante y castradora. En una sociedad que rechaza la idea de que dos valores incompatibles pueden cohabitar y prefiere el sectarismo cómodo de la represión.

Los adeptos al ‘woke’ no creen en la democracia. Son dictatoriales y más aún desde que añadieron a sus programas el principio del ‘Cancel Culture’; es decir, de la cancelación o la anulación de todo ser humano que salga en defensa del hombre blanco o de los heterosexuales y otros valores que niegan. Anulación quiere decir boicot, aislamiento total y privación de reconocimiento, es dejar de existir.

La ‘Cancel Culture’ que hoy en día se ha vuelto la bandera de los mal llamados ‘progresistas’, intimida y silencia a sus opositores, pero tolera los atropellos de quienes considera aliados. Por eso nunca se censuraron los excesos de los militantes de ‘Black Lives Matter’; nadie marchó por el robo descarado de las elecciones venezolanas; las feministas ‘progresistas’ no se manifestaron ante los indecibles horrores cometidos el pasado 7 de octubre contra las mujeres en Israel; la salvaje persecución de centenares de miles de musulmanes uigures chinos no desvela a nadie; en Cuba, el pueblo se sigue sacrificando dizque para impedir una invasión gringa que después de más de siete décadas no se da. Hay miles de ejemplos más y la izquierda callada.

Ya no es la izquierda liberadora e iluminada de antes que nos entusiasmaba y hacía soñar. Al revés, hoy en día la izquierda se ha vuelto sectaria y discriminadora. Sin embargo, todavía tiene éxito y se expande. ¿Por qué?

Un analista cuyo nombre me escapa explica: “La cultura ‘woke’ y la ‘Cancel Culture’ son movimientos cómodos. De moda. En cambio, la libertad que predicaba la izquierda de antes se ha vuelto difícil de practicar. Tolerar ideas no cómodas es más complicado que unirse a la horda actual y encerrarse en una bola de opiniones y pensamientos que nos resultan agradables”.

Definitivamente, necesitamos de un urgente ‘despertar’ liberador de los excesos y los negacionismos de una izquierda que perdió su norte.