El mundo está dividido hace ya varios años en dos bandos: los amigos del modelo occidental de democracia liberal, y los demás. Para simplificar: el equipo de Estados Unidos y el equipo chino. En el primero está una gran parte de Europa, Canadá un puñado de países -cada vez menos- de América Latina, Japón, Australia, Taiwán, y Corea del sur. En el otro están Rusia, Irán, un gran pedazo de África, Pakistán, Venezuela, Cuba, y hasta cierto punto India, su principal socio comercial.
Hay más jugadores, pero la geopolítica, pensada de manera simple como un pastel, está partida en dos. La primero, atada por la posguerra, la Otan, la cooperación estratégica, las prácticas comerciales, algún respeto a la libertad y el estado de derecho, por las alianzas del pasado, y los lazos económicos. Este grupo, empezando por Estados Unidos, manda pero se ha desgastado entre problemas internos, retos económicos, crisis migratorias y políticas, y una falta de visión común más allá de la defensiva. Al equipo de China lo unen lazos interesados, expansiones oportunistas, descuido por la libertad de sus ciudadanos, gobiernos sin estructuras de control, ambiciones nucleares y chequeras abiertas.
Mirando desde arriba, después de la Guerra Fría, el mundo pasó de bipolar a unipolar, con Estados Unidos como el poder único. Poco después el creciente poder de China erosionó el modelo por medio de su estrategia de expansión global Belt and road, con su pésima traducción ‘la franja y la ruta’, que derrochó dinero a los países en desarrollo a cambio de lealtad. Al final las inversiones en Africa y en América Latina ordenadas, los acercamientos con Rusia, y el crecimiento vertiginoso de su economía, descolocaron a los americanos. Reaccionaron tarde y corrigieron mal, al punto que hoy toda, toda la política exterior de Estados Unidos está guiada por la obsesión de detener a China.
El fracaso del modelo bipolar se acentuó tras la invasión de Ucrania, y está dando pie a un fenómeno interesante: un grupo de países en todos los rincones del mundo que ha decidido no tomar parte de la pelea. Estos países columpio tienen sus razones económicas, geográficas y políticas para no alinearse con ningún bando. El comportamiento recuerda a la formación, a finales de los años 50, del movimiento no-alienado, creado después de la Guerra de Corea para contrarrestar el neocolonialismo, imperialismo y racismo. Al grupo se unieron 120 países, alentados por Cuba. Aunque la intención de hoy es distinta, el concepto ya existía.
El fenómeno de los ‘ninis’ o países columpio de hoy nace del creciente descontento de los gobernantes de Indonesia, India, Turquia, Nigeria, incluso Brasil, a quienes no les conviene entrar a una pelea mundial impredecible y sin solución. Incluso con respecto a Ucrania, algunos se cuestionan qué tan útil ha resultado el bloque contra Putin. La neutralidad, hoy en día criticada, está tomando fuerza como la posición más racional para los que no tienen la opción de negar la inversión china, el gas ruso, un socio comercial importante como Estados Unidos.
Los problemas de hoy como el cambio climático, las rotas cadenas de suministro, la inmigración y el narcotráfico son horizontales, requieren de consensos. Se asoma un mundo multipolar que quizás tenga mejores herramientas para enfrentarlos. La realineación de poder traerá nuevos retos pero puede servir de equilibrio a la desbordada pelea en un mundo cada vez más interdependiente. Ojalá estos ‘ninis’ sirvan de contrapeso.