Aunque los colombianos repitamos que la solidaridad nos caracteriza y que la gentileza nos identifica, nuestras percepciones revelan la arbitrariedad de nuestra cordialidad. Nuestra amabilidad, de la que tan orgullosos nos sentimos y de la que tanto nos jactamos, es profundamente selectiva. Al reconocer dichas virtudes y al vanagloriarnos de las mismas, no está de más preguntarnos: ¿Cordialidad hacia quién? ¿Amables con quiénes? ¿Solidarios con quién? Dos informes de Oxfam, una organización fundada en Reino Unido, sobre la percepción que tenemos nosotros de los migrantes venezolanos, sugieren que los colombianos, tan orgullosos de nuestras virtudes, estamos lejos de encarnar esa idea de amabilidad de la que nos enorgullecemos.
Tanto en el primero de los informes, como en el segundo, del año 2019 y 2023 respectivamente, Oxfam concluye que, en los países analizados, entre ellos Colombia, los migrantes suelen figurar como la explicación social a la inseguridad y la decadencia de servicios públicos tales como la salud o la educación. Esto encaja con los hallazgos de un estudio de percepción realizado en el 2022 por la Universidad del Rosario y el Konrad Adenauer Stiftung: al preguntarle a la población de acogida qué emociones nos generaba la población migrante venezolana se halló que, en primer lugar, la desconfianza era la emoción más común, en segundo lugar, la tristeza y en tercer lugar el miedo.
El trasfondo de esta explicación es un deseo sincero de que los venezolanos den media vuelta, regresen sobre sus pasos, salgan de nuestro país y retornen al suyo. O, para evitarles tal travesía, los estudios de Oxfam concluyeron que hay en nosotros, como colombianos, una extendida convicción de que las políticas migratorias deberían ser más estrictas y menos permisivas, de forma tal que se pueda controlar con mayor facilidad quiénes están viniendo desde allí, para que no todos lleguen hasta aquí.
Según esta institución, nuestra amabilidad alcanza solo para provocarnos pesar por su situación o para dimensionar los problemas que los expulsaron de su país. Pero no alcanza para desarticular el deseo que tenemos de que estén lejos, que salgan de nuestras fronteras o que nuestro gobierno endurezca las medidas migratorias, para que no crucen y no les sea tan sencillo instalarse de este lado.
Paradójicamente, lo que sugiere la Teoría de Contacto, propuesta por el psicólogo Gordon Allport, es que, gracias al encuentro con el otro, los prejuicios van poco a poco quedándose sin los asideros sobre los cuales se sostienen. En este sentido, el contacto es una auténtica amenaza contra los prejuicios y los estereotipos. Encontrarnos con otros y arriesgarnos a entrar en contacto con diversas personas resulta fatal para las certezas de acero sobre las que sembramos nuestros prejuicios y nuestros estereotipos.
Aquí he hablado de migrantes y migrantes venezolanos. Sin embargo, los peligros fatales del contacto aplican también para desarticular los estigmas que imponemos sobre cualquier comunidad empañada por estereotipos. O ¿será que acaso el deseo de hallarlos lejos nace precisamente del temor a desarticular las raíces en las que sustentamos nuestra discriminación?