En todas las épocas de la vida y especialmente cuando nos hacemos mayores, las relaciones entre los distintos miembros de la familia son de una enorme importancia para evitar el aislamiento, promover la socialización, mantener el equilibrio emocional y preservar la salud física. Pero mantener intactos los vínculos de familia no es tarea fácil, porque la vida de familia está en constante cambio. Entre muchos otros factores, la edad hace más pacientes a unos y más tóxicos a otros, los hijos crecen, forman nuevos hogares, cambian de lugar, modifican sus ocupaciones, las prioridades de los distintos miembros van cambiando con el paso del tiempo, los caprichosos golpes del destino varían, también cambia la salud física y el equilibrio mental de los integrantes, la familia extendida toma rumbos diferentes y los roles de cada cual se van modificando.
Cuando no son los factores mencionados, son las diferencias pequeñas o grandes los que llevan al abandono y dejan profundas heridas que distancian a las familias.
Ante estas realidades tenemos que estar atentos a las oportunidades y experiencias que nos permitan corregir los factores que han propiciado el distanciamiento. Para lograrlo es necesario liberarse de ideas preconcebidas y dejar de juzgar a los demás ya que con mucha frecuencia las ideas preconcebidas no corresponden a la realidad.
Si nos despojamos del juzgamiento de los otros, y hacemos un esfuerzo por mantener los contactos familiares, tener detalles bien pensados, invitar sin esperar retribución alguna, hacernos presentes en las situaciones que son importantes para los demás y somos capaces de demostrar afecto, empezaremos a ver los frutos representados en una rica vida de familia.
Lo anterior aplica no solamente a las relaciones con la familia extendida, sino a las relaciones con la familia nuclear, pues muchas veces la cotidianidad no deja ver el agotamiento de las relaciones al que se ha sometido a los seres queridos con los cuáles convivimos todos los días.
Para evitar ese deterioro hay que fortalecer estos vínculos y encontrar rituales que revivan los contactos. El más sencillo es hacer una llamada, ofrecer ayuda en una situación que la amerite, invitar a sencillos encuentros familiares donde sea posible sentarse a la mesa a conversar sobre temas gratos con cualquier pretexto.
O mejor aún sin ningún pretexto. Simplemente: el deseo de verse las caras y ponerse al día sobre la vida de los demás. Si no puede ser presencial, los medios virtuales ofrecen una oportunidad excelente para mantener los contactos y socializar.
Las razones por las que no establecemos esos contactos son variadísimas, y cada cual puede agregar otras a la lista. Me sospecho que muchas veces se debe a que asumimos (erróneamente) que vamos a recibir una respuesta negativa o simplemente a que nos hemos ido sepultando en una rigidez egoísta que hace que cualquier esfuerzo para sacarnos de la rutina sea visto como excesivo. Es decir, a nuestra pasión por la comodidad (llámese pereza). Pero no podemos perder de vista que cualquier paso que demos en la dirección de estrechar los vínculos familiares con nuestros seres queridos, siempre tendrá resultados positivos para todas las partes comprometidas.