Aprobaron la reforma tributaria que le costará a los mismos colombianos de siempre la suma de ochenta billones de pesos en los próximos cuatro años. Fueron los mismos partidos de siempre aliados con los nuevos detentadores del poder, que necesita plata para gastar en la peor época de las últimas décadas.

¿Se limitó el gasto público inoficioso? ¿Se acabará la burocracia inútil o la entrega de subsidios para comprar adeptos y de contratos para devolver favores? ¿Se controló la corrupción que desangra los presupuestos públicos y se queda con los recursos que se justifican si se utilizan para resolver los problemas de la sociedad colombiana?

No, cómo se le ocurre. De lo que se trató fue de grabar los buñuelos, la natilla, los pasteles, las galletas, las gaseosas y meterle de nuevo la mano al bolsillo a los asalariados, a las empresas, a todo el que sea fácil identificar y perseguir. Nada de buscar a quienes desfalcan el IVA con la complicidad de muchos funcionarios. O de perseguir a los contrabandistas, el cartel más grande después del narcotráfico que usan los puertos y los aeropuertos y las carreteras a discreción.

Nada de enderezar el uso y la venta de los bienes que se le decomisan al crimen organizado, a las mafias y a los pocos delincuentes de cuello blanco que se dejan pillar. Ni de decirle basta a quienes explotan de manera descarada e impune la alcaldía de Cali, protegen al alcalde Ospina y protagonizan un escándalo diario de contratos y corruptelas con los recursos de una ciudad destruida por el caos, el desgobierno y la indiferencia.

Todos, o por lo menos los diez millones y medio de ciudadanos que no votamos por Petro, esperábamos que quienes nos representan en el Congreso, pensaran en la Nación, en lo que significa darle semejante cheque al régimen de Petro y no solo en sus intereses clientelistas. Así mismo, creíamos que el cambio del que hablaba el hoy presidente implicaba acabar con la costumbre de cambiar votos que aprueban la reforma por puestos y prebendas, la mermelada que tanto gusta a los congresistas conservadores, los liberales y los de la U.

Pues no fue así. El reparto fue el mismo, el manejo idéntico y la decisión la esperada. Como no hubo la revuelta del 21 de abril del 2021 a manos de vándalos tenebrosos que nombraron la primera línea, como no hubo incendios ni bombas ni balazos sino manifestaciones ejemplares en las cuales se saludaba a los policías y se pedía con respeto, la cosa fue fácil. Aprobaron la reforma, sin responderle a los colombianos por los efectos que tendrá en la economía.

Lo que sigue es la celebración por haber conseguido que el clientelismo aprobara el engendro. Y no sería raro que en poco tiempo se cayera el ministro de Hacienda. Ya José Antonio Ocampo hizo el mandado, ya sacó adelante la reforma que necesitaban, y ahora se volverá un obstáculo para el desenfreno del presidente Petro por convertirse en el Bolívar del Siglo XXI, ya no a caballo sino en el avión presidencial así sea desquiciando la economía nacional y dividiendo nuestra sociedad.

Todo está consumado y por acá desfilarán los mismos de siempre reclamando votos o comprándolos con la plata que salga de la misma reforma tributaria que aprobaron. Nada de acabar la corrupción y el despilfarro clientelista. Ahora tendremos que pagar veinte billones más en impuestos cada año, la estocada inicial que el ministro Ocampo llama “la reforma más progresiva de la historia” porque grava las hormigas culonas.

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