Por Monseñor Luis Fernando Rodríguez Velásquez, arzobispo de Cali.
Este domingo celebra la Iglesia la fiesta de la presentación del Niño Jesús en el templo, donde sus padres, María y José, llevan la ofrenda, y dos ancianos, Simeón y Ana, reconocen en el recién nacido la luz para alumbrar a las naciones y la salvación prometida que había venido al mundo para darnos la paz y enseñarnos a vivir en paz.
Qué bueno que fuéramos capaces de reconocer en Jesús la fuente misma de la paz, sobre todo cuando podemos constatar que la violencia va en aumento. Recientemente en Jamundí, El Cauca, Santander de Quilichao y El Plateado, y asesinatos dispersos en algunos sectores de la ciudad. Tampoco podemos olvidar la situación que está viviendo el Catatumbo, y otros lugares del país, por los enfrentamientos entre grupos armados, dejando a su paso muerte, desplazamientos, hambre y desolación.
Pero lo que también es cierto, es que sigue avanzado a ritmos impensados otro tipo de violencia, como es la palabra amenazante, la palabra que divide, la palabra que genera temor y desconfianza, la palabra que difama, la palabra que destruye vidas. Es aquí la palabra, un instrumento que utilizan muchos en todos los estrados y oficios para lograr alcanzar sus fines.
¿Por qué no se escucha mejor el clamor de los que sufren? ¿Qué valor real están dando a la vida los insurgentes alzados en armas? ¿Qué se necesita para este recrudecimiento de las acciones bélicas termine de una vez por todas en Colombia y en el mundo entero?
Al estilo de Jesús, reconocido por el anciano Simeón como ‘signo de contradicción’, el papa Francisco, y con él la Iglesia toda, reafirma el llamado al desame de los corazones y a la reconciliación con un vehemente llamado al cese de la guerra.
Dejemos que la luz de Cristo alumbre nuestras comunidades, alumbre a Colombia y a nuestro departamento del Valle del Cauca e irradie en las mentes de los gobernantes, los políticos, los legisladores y los ciudadanos el deseo y acciones para alcanzar la paz que libera y hace felices. El Jubileo de la esperanza, reavive en nosotros el compromiso por ser auténticos artesanos de la paz. Oremos por las víctimas de la violencia: por los fallecidos, por los heridos, por quienes lo han perdido todo, y por los autores de la violencia, para que se conviertan de corazón.