12:01 de la madrugada y el cielo se llenó de tiros. La expresión es tomada del libro del escritor antioqueño Jorge Franco, titulado de forma similar, para contar la historia de Larry, un personaje que vuelve a Medellín para recibir los restos de su padre Libardo, uno de los grandes capos del narcotráfico, lugarteniente de Pablo Escobar.

Franco, con su pluma realista, retoca uno de los episodios más populares de los antiqueños cada 30 de noviembre con su alborada: celebración que pasó de tradición a tortura cuando el mismo alias Don Berna en 2003 distribuyó por toda la ciudad pólvora para celebrar su ‘desmovilización’ y alertar a la capital antioqueña de que él seguía siendo el rey y señor.

Recuerdo que en una entrevista Franco me confesó que Medellín pensó en aquel entonces que vivía una toma guerrillera y al escuchar el estruendo sus habitantes se despertaron confundidos entre balas o pólvora.

El pasado 30 de noviembre me desperté con la misma sensación: el cielo del sur de Cali se iluminó de ráfagas y dubitativamente confronte a mi memoria pensando que estábamos en medio de alguna celebración de Juegos Juveniles o de algún combate guerrillero como en alguna oportunidad me tocó vivir en el Cauca.

Con un hijo llorando y un perro asustado vinieron a mi cabeza los episodios relatados por Franco: pólvora, cultura de narcos. Y no es que en Cali no hallamos padecido similares situaciones, porque vale la pena recordar que también en la ciudad ha hecho carrera la historia popular de sonidos de pólvora de los narcos locales cuando ‘coronaban’ algún cargamento en el extranjero. Pero esto fue distinto. Fue identificar la ausencia de autoridad, la orfandad de una ciudadanía que ya ni se reconoce a ella misma en sus tradiciones.

En Cali todos hacen lo que quieren, los videos de ese mismo 1 de diciembre con decenas de personas en las calles manipulando pólvora, licor en mano y covid sin tapabocas, ejemplifican los episodios que vivimos: no hay autoridad.

Reconozco que me dolió mucho sentir a Cali así: sin control y repitiendo modelos y episodios vergonzantes que muchos de los pujantes antioqueños han querido exorcizar desde hace más de 18 años, pero que ahora parecen ser parte del paisaje colombiano. ¡Y ojo, que no es culpa de los paisas! La queja proviene del desencanto, de nuestra fractura social, la inoperancia de las autoridades y especialmente el sinsentido del proyecto conjunto de ciudadanía que estamos construyendo.

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