Entre la interminable lista de catástrofes con las que los impulsores de la fábula/religión/negocio del calentamiento global antropogénico (AGW) buscan aterrar a los incautos para que les compren el cuento, no es fácil encontrar una más ridícula y risible que la del crecimiento desbocado del nivel de los océanos.
El mundo nació hace unos 4.600 millones de años y muy pronto apareció el agua. Mucho después, hace apenas unos mil millones de años, empezó a asomar la tierra, y desde entonces, en el permanente cambio que caracteriza la vida de nuestro planeta y su clima, sus niveles relativos han variado continuamente. Más recientemente, durante el último millón de años, esas oscilaciones han sido determinadas fundamentalmente por las edades glaciales, cuando el nivel de los océanos baja porque el agua se desplaza en forma de hielo a la tierra.
Hace 14 mil años, al inicio de la presente edad interglacial, que está vecina a terminar, el nivel de los océanos era 140 metros inferior al actual. Con el deshielo, el nivel de los océanos subió rápidamente y ya desde hace cinco mil años era parecido al actual. En los últimos doscientos años, el nivel de los océanos ha subido a una rata de 1,8 mm por año, o sea alrededor de 18 cm por siglo. No hay evidencia alguna de que esta rata esté cambiando.
La alharaca anual de los calentacionistas con la reducción de la capa de hielo del Ártico en los veranos es mera payasada. Basta observar un vaso de agua con hielo para entender que el nivel no sube cuando este se derrite. Para que los océanos subieran se requeriría que a ellos cayera agua que hoy se encuentra fuera de ellos. Esta está, en forma de hielo, básicamente sobre Groenlandia y Antártida. En ambos sitios se está derritiendo algo el hielo en las riberas y está aumentando su volumen en el centro, sin mayor efecto neto.
Y aunque los calentacionistas no demuestran mayor respeto por las normas, todos debemos enfrentarnos con la inexorabilidad de las leyes de la naturaleza. Por la inmensa diferencia que tienen en volumen y densidad, la capacidad calórica de los océanos es más de mil veces mayor que la de la atmósfera. Si la atmósfera les trasmitiera a los océanos todo el calor que ella contiene, ni les haría cosquillas. Además, la transmisión de calor de la atmósfera a los océanos no se puede dar porque la Segunda Ley de Termodinámica establece que el calor solo puede fluir de un cuerpo caliente a uno frío, y la temperatura promedio de los océanos es hoy 2°C mayor que la de la atmósfera.
Prácticamente, el catálogo completo de las catástrofes con las que nos buscan aterrar los calentacionistas tiene soporte científico tan pobre como el de esta. En general, ellas nacen de las afirmaciones del IPCC, una banda de seudocientíficos dependientes de la ONU que, gracias a la filtración de 10.000 e-mails, se sabe que adulteran registros, falsean datos y bloquean la información verídica. Bien hará en darles crédito quien le guste asustarse con El Coco.
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Los grandes perdedores en el reciente debate presidencial de Estados Unidos fueron los medios de comunicación que hasta ese día habían tenido engañado al medio país que se vio tan aterradoramente sorprendido con la realidad de lo que por años han tenido como presidente. Quien continúe usándolos, en vez usar los que reportan los hechos completos, no está interesado en enterarse de la realidad, sino en oír lo que le gusta.