El 20 de enero de 1942, hace 80 años en Wannsee, un bucólico suburbio de Berlín, se reunían dignatarios nazis encabezados por Reinhard Heydrich, en un conclave de funcionarios de varios ministerios y agencias del gobierno alemán a quienes Hitler les había encomendado una tarea y una sola: acelerar la “solución final” a la cuestión judía. En Wannsee nació el macabro plan de transportar a los judíos del viejo continente a la ‘Europa del este’ y ahí exterminarlos con la mayor eficiencia posible. La matanza de judíos ya había comenzado en Rusia y Polonia ocupadas, por lo que Wannsee fue una ‘reunión de seguimiento’ en la que tomaron parte funcionarios de ‘segundo nivel’ quienes interpretaban los deseos de Hitler, Himmler y Goebbels.

Adolf Eichmann fue encargado de llevar el acta y monitorear las responsabilidades y cumplimiento. Cada copia del acta fue minuciosamente numerada. Al final de la guerra apareció únicamente la número 16, las otras habían sido destruidas, en la que quedaba consignado el curso de acción a tomar. En Wannsee no se debatió si implementar o no la ‘solución final, sino cómo. La conferencia concluyó con un brindis con champaña francesa según narraría Eichmann años después en Jerusalén cuando fue juzgado por crímenes contra la humanidad y contra el pueblo judío.

Heydrich indicó en la apertura de la conferencia que había en Europa 11 millones de judíos a quienes se debía aplicar la ‘solución final’ y que judío era todo aquel que tuviera un abuelo judío, tal como había quedado consignado en las leyes de Nuremberg de 1935 que despojaron a los judíos de la nacionalidad alemana.

Como resultado de Wannsee se construyó una red de campos de exterminio, a los que llegarían directo los trenes de transporte y como menciona el protocolo el Wannsee: “Los judíos debían ser divididos según edad, capacidad laboral, sexo y enfermedades”. A los más fuertes se les obligaría a trabajos forzados, útiles para el esfuerzo alemán de guerra, pero solo de manera temporal como dijo Heydrich: “Que el trabajar no sea una forma de evadir su destino”.

Para acelerar el exterminio se debía hacer uso masivo del Zyklon-B, un gas mortal, altamente eficiente que ya había sido ‘probado’ con prisioneros de guerra rusos. Hecho a base de cianuro e hidrogeno, al reaccionar con la humedad del aire causaba la muerte inmediata de quienes lo aspiraban. Bastaban 4 gramos para matar a un ser humano, con una tonelada se causaba la muerte de 250 mil personas. El calor en las cámaras de gas causaba que las víctimas allí apretujadas generasen de su propio cuerpo la humedad necesaria para que el gas que se vertía desde tuberías en el techo actuara de manera inmediata. Los líderes Nazis alabaron la “eficiencia del mecanismo”.

Los cadáveres de las víctimas eran evacuados a los crematorios donde se requería de varias horas para incinerarlos. El humo que de ahí ascendía era advertido por los residentes de las aldeas adyacentes a los campos, en las que se fue sabiendo el origen de ese recurrente ‘humo negro’.
Aunque varios de los campos de concentración ya existían antes de Wannsee, usados para trabajos forzados, tras la conferencia y la necesidad de acelerar la “solución final”, se construyeron campos específicamente para exterminio, entre ellos Treblinka y Sobibor. Las cámaras de gas de Auschwitz-Birkenau, el mayor centro de genocidio de la historia de la humanidad, fueron instaladas implementado en protocolo de Wannsee.

80 años transcurridos desde que una conferencia de burócratas ‘siguiendo órdenes’ determinaron el destino trágico de seis millones de judíos.
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