Nació fracturada la Comisión de la Verdad, liderada y cuyo rostro ante el país es el padre Francisco de Roux. Desde su arranque, con un acto en Corferias de Bogotá en noviembre del 2018 al que el presidente Iván Duque no mandó siquiera un saludo ni asistió la representación gubernamental que ameritaba; el consejero del post-conflicto Emilio Archila se presentó al final cuando ya víctimas y victimarios habían hablado.
La única voz desde los sectores más pudientes, ganaderos o empresarios golpeados por la violencia fue la de Henry Eder quien sufrió el secuestro de su padre por parte de las Farc cincuenta años atrás. El auditorio reunió al menos a 2000 personas con un denominador común: ser amigas del diálogo y del proceso de paz. Los mismos que votaron por el Sí en el Plebiscito, cuando quedó trazada de manera evidente la polarización de la que aún no salimos.
El acto fue premonitorio. Estaba claro que la naciente Comisión de la Verdad, con carácter constitucional como parte de los Acuerdos de La Habana no iba a contar con el apoyo de todo el país a pesar de su importancia para cerrar 50 años de conflicto. Nada ha cambiado desde entonces, las narrativas siguen intactas, los rencores, el resentimiento, los prejuicios, la desconfianza de un lado y del otro, se mantienen.
Le escuché alguna vez al padre De Roux, cuando recién asumió la Presidencia de la Comisión de la Verdad, que su trabajo en estos tres años escuchando al país, en la tarea de develar las claves de la guerra, se vería compensado y estaría justificado, si se lograba un país reconciliado.
Al menos, más reconciliado. Y ha trabajado junto a los 13 comisionados, de manera incansable, sin escatimar esfuerzos, con ese propósito.
Escuchando, sentando frente a frente a despojados y despojadores, a víctimas y victimarios, a humildes y poderosos; guerreros de todos los bandos; exmilitares.
Han hablado casi todos los expresidentes, con un foco claro: no el de desnudar verdades sino con la intención de reconciliar. Y de allí su insistencia, casi desesperada, con un Álvaro Uribe repetidor de un libreto ya conocido construido para abolir responsabilidades de gobernante, para persuadirlo en una ruta de reconciliación. El Padre sabe mejor que nadie el significado de un guiño de Uribe en esa dirección. Poco avanzó y la verdad fue la gran perdedora en esa larga y tirante sesión de cinco horas.
Lo mismo sentí después del cara a cara ‘Timochenko’ - Mancuso y de allí mi discrepancia con la visión del padre De Roux y el trabajo de la Comisión cuya tarea concluirá en un informe que dará cuenta de lo sucedido en 50 años de conflicto. Por lo visto en las sesiones públicas de los comparecientes, su orientación está dirigida a comprender los patrones de comportamiento en la guerra para asegurar así, supuestamente la no repetición.
Discrepo de esta visión. De una Comisión centrada en el perdón y la reconciliación más que en la verdad. Lo que necesitamos son verdades crudas, desnudas, tan crueles como el conflicto mismo, que sin la presión judicial de un tribunal como es la JEP, permitiera, a partir del relato de protagonistas y testigos, entender mejor la recurrente violencia. De la verdad se desprende la reconciliación para no quedarnos en un ejercicio vacuo de perdones de dientes para afuera, vacíos que dejarán al final una estela de frustración.
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