Solo para recordar las últimas imágenes que martillan y duelen. Duelen porque constatan lo bajo que ha caído la condición humana. En Buffalo, un muchacho de 18 años se alista con un fusil y se graba mientras dispara el fusil contra transeúntes indefensos, y luego a clientes en un supermercado, cuyo único pecado es ser negro. Asesina once personas con una precisión ofensiva. Divulga luego un manifiesto a mano alzada de 180 páginas que no tolera que los blancos de su país sean reemplazados por gente que no están biológicamente hecha para estar en la tierra.
Días antes circuló en redes otro video aterrador grabado en Arboletes, Antioquia, cuando con una crudeza inaudita un parrillero se baja de la moto, le dispara a un joven que está en un grupo de vecinos; este cae, pero no muere. El asesino se percata, se devuelve y lo remata con un tiro de gracia. Están los horrores de Ucrania que nos atropellan a diario, los abusos, el sufrimiento; venganza, odio, crueldad.
La vida parecería haber perdido su valor supremo. Pero está también los robos, los raponazos, los atracos, la furia verbal con amenazas que humillan, la robadera desbocada de dineros públicos, el cinismo para defender el todo vale en cualquier escenario de la vida. En fin, un sartal de comportamientos destructivos y dañinos, demoledores, amplificados por titulares de prensa y noticieros de televisión que llenan la vida de miedos y zozobra, no sólo para los niños y jóvenes que se están formando, sino para la sociedad toda, que se ha ido quedando sin puntos de referencia, sin líderes que tracen caminos y orienten, sin “tótem ni tabú”, a decir de Freud.
Como bien explica la antropología, estamos enfrentados a una ‘degradación totémica’ generalizada. La destrucción del tótem que finalmente es esa necesaria representación simbólica encarnada en referentes que marcan la línea entre el bien y el mal, que castigan o premian, que permiten ordenar la vida en sociedad a través de valores morales y redes de solidaridad. Pero que a su vez protege y cuida la tribu.
Su ausencia produce la desolación social y lanza a las personas a vivir cada quien el presente, el aquí y ahora, como quiera, como pueda, de una manera desmadrada e individualista, sin límites ni consideración por el colectivo ni por el bien común. Tal como está ocurriendo.
Esa fatal marca de nuestro tiempo que ha abierto la compuerta para que se multipliquen los malos. Un comportamiento humano que el filósofo norteamericano John Kekes intenta descifrar en su libro Las raíces del mal a partir de seis casos de maldad extrema que pasan por el Terror de Robespierre de la Revolución francesa; el comportamiento de Franz Stagl cuando un campo de concentración en la Alemania nazi; los asesinatos cometidos por Charles Manson y su clan en California; el demencial plan represivo de la dictadura militar argentina en la llamada guerra sucia de la década del 70, y por último, las acciones de un asesino en serio conocido como el caso John Allen.
El esfuerzo de Kekes por encontrar alguna explicación resulta fallido, pero al final deja el problema planteado colocando al mal como “el más serio de los problemas morales de nuestro tiempo y la amenaza permanente para el bienestar humano”. Y si bien el mal ha existido siempre, lo cierto es que pareciera que ahora sí anda suelto.
Sigue en Twitter @elvira_bonilla