Si algo ha hecho esta pandemia, es golpear a los viejos. No solo por el hecho fáctico de salud y la manera cómo opera en el organismo el covid sino por el trato social que se le ha dado con el Presidente a la cabeza.
Duque se refiere a los abuelitos con conmiseración como si se tratara de una población inútil que intentó por decreto encerrar.
Ancianos a los que hay que arrinconar y evitar que se enfermen porque son una carga para el sistema de salud por la cantidad de UCI que ocupan, generando incluso un debate bioético alrededor de a quién se le debe dar el respirador para darle oportunidad de vivir, si a un joven o a un viejo. ¡Qué barbaridad! Y qué grave equivocación en la manera de presentar y percibir el problema.
Los viejos, esos a los que les llama Duque ridícula y peyorativamente “los abuelitos”, son en las sociedades los sabios de la tribu. Los que están en el camino de cerrar el ciclo vital biológico pero no el mental y mucho menos su capacidad de aportar experiencia, conocimiento, sabiduría, enseñanzas. Milenariamente se han mirado y tratado con respeto y con dignidad, y tienen un especial lugar en la sociedad. Vidas grandes de las que lo único que queda es aprender y aprovechar los conocimientos en tiempos de crisis profundas como la que vivimos.
Así lo ha entendido, para no ir muy lejos el presidente Joe Biden y de allí el gabinete que conformó, en donde, igual que él mandan los pelos plateados, las canas, las arrugas, el caminar lento, la hablada pausada. El pensar despacio. Todos atributos que el aturdimiento mediático, las redes, la inmediatez de resultados y ahora la pandemia echaron los viejos al lado, están más desvalorizados que nunca. Biden, como bien lo dijo, armó un gabinete para una situación de guerra, como es la emergencia de salud pública, económica y social que vive Estados Unidos y actuó en consecuencia.
Contrasta con el presidente Duque que ha pretendido navegar en estas aguas tormentosas con un gabinete de pesos livianos e inexpertos –con contadas excepciones-, donde no es exactamente la experiencia lo que manda. Se siente cómodo rodeado de amigotes conocidos de la Universidad Sergio Arboleda, y contemporáneos que no le hagan sombra, como la última movida para abrirle el camino a la Corte Constitucional -la Corte de las cortes- a Paola Andrea Meneses, una abogada cuyo mérito es haber sido condiscípula del colegio, con breve experiencia profesional y ninguna en Derecho Constitucional. Todo lo contrario a lo que las circunstancias demandan, como dice Biden, un mando para enfrentar la tormenta.
El resultado es un nuevo año ahogados por la pandemia, esperando un milagro que no va a llegar -incluida la mágica vacuna de la que no sabemos al final del día nada- con una información a cuenta gotas que no hace otra cosa que profundizar la incertidumbre y la zozobra sin una ruta clara que transmita algo de tranquilidad. Sin duda, estos son tiempos para abuelitos pensantes y no reducidos al encierro para evitar el contagio.
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