Existe en la memoria reciente de este país la imagen inquietante de un grupo de militares que intentaron hace ya casi un año ingresar al corregimiento de El Plateado, en Argelia (Cauca), para garantizar el desarrollo de las últimas elecciones regionales, pero fueron rápidamente rodeados y finalmente expulsados por la comunidad.
Más inquietante aún, e incluso francamente perturbador, resultó leer titulares de prensa en los que se daba cuenta de que el Ministro Defensa, Iván Velásquez, se encontraba ‘negociando’ con el llamado Estado Mayor Central-EMC (disidencia de las extintas Farc) el ingreso de las tropas oficiales para garantizar su deber constitucional de dar garantías para el buen curso de esta jornada electoral.
Es cierto que para ese momento el Gobierno Nacional mantenía con este grupo un diálogo de paz, mediado por un cese al fuego, pero que en ningún caso suponía la renuncia del estado al control del territorio y el ejercicio de su soberanía. Sin embargo, la realidad siempre fue otra: la de un sólido y violento dominio del grupo armado sobre un amplio territorio y sus habitantes, enclave de una de las dinámicas de narcotráfico más fuertes en todo el país.
Así que no se puede menos que reconocer la importancia del reciente ingreso del Ejército Nacional (con el apoyo de otras fuerzas) a El Plateado, en un contexto en que ya no existe negociación de paz con ese grupo y tampoco, obviamente, un cese al fuego vigente.
En términos estrictamente militares se trata de una operación compleja, pacientemente planeada y llevada al terreno de forma impecable, con respeto por los DD.HH. y la aplicación rigurosa del DIH, para especialmente no afectar a la población civil. No es fácil concebir y menos ejecutar una operación de esta envergadura en medio de comunidades y evitando al máximo los llamados ‘daños colaterales’.
Pero se entiende que esta operación está apenas en una de sus primeras fases, quizás la más crítica, que fue el ingreso. Sin embargo, debe ser garantizado el control del territorio, que va más allá de El Plateado y abarca sectores como el de El Sinaí y San Juan de Mechengue, a donde la operación aún no llega y se encuentra documentada la presencia de otros grupos que se disputan el territorio, como la Segunda Marquetalia, posiblemente el Eln y un grupo autodenominado los Posillos.
No obstante, falta algo aún más determinante y decisivo: la presencia del estado con una poderosa y eficaz agenda de intervención económica, social e institucional para lo cual se requerirá mucho más que una visita exprés de una parte del gobierno nacional, tal y como acaba de ocurrir.
Como bien lo dijo el general Federico Mejía, quien está al mando del Comando Específico del Cauca, se trata es de una operación político-militar.
La política de paz total ha intentado ser un paradigma que se apoya más en la idea de transformaciones territoriales y el tránsito de economías ilícitas hacia la legalidad, y no tanto (casi que para nada) en la idea tradicional de zanahoria y garrote.
No obstante es una absoluta ingenuidad y un gran equívoco no mantener la iniciativa estratégica en el terreno militar porque transmite la idea de debilidad y da enormes ventajas a los actores ilegales. Lo de El Plateado ojalá fuera de verdad un giro estratégico que puede, incluso, terminar fortaleciendo las condiciones para, seriamente, negociar la paz.
Pero las pregunta claves son: ¿tienen hoy las Fuerzas Armadas las capacidades y la moral necesarias para pasar a la ofensiva en todo el territorio nacional? ¿Y tendrá el gobierno la voluntad política y la firmeza necesarias para hacerlo?