Le pongo comillas al título de esta nota porque ese término ya en Colombia no se refiere a la sabrosa y poco dietética jalea que se vierte sobre las tostadas, sino a los obsequios que los gobiernos dan a los congresistas para que estos voten afirmativamente los proyectos de ley o de actos legislativos en los que tienen interés.

El responsable de ese gracejo es Juan Carlos Echeverry, un conservador ponderado que lució como ministro de Hacienda y presidente de Ecopetrol. Aspiró a la presidencia, pero sus copartidarios lo despreciaron.

Echeverry con esa palabreja hizo un símil afortunado. A su paso por la cartera de Hacienda dijo que las regalías provenientes de los combustibles fósiles deben de repartirse a todas las regiones y no solamente a aquellas que de su subsuelo broten el petróleo, el gas y el carbón. Que estas regalías, como la mermelada, deben de extenderse por toda la geografía patria.

Pero la voz tomó otro sentido: que ‘mermelada’ es con la que el gobierno de turno ‘compra’ las conciencias de representantes y senadores.

Así, Juan Manuel Santos fue acusado de dar ‘mermelada’ para que el Acuerdo de Paz con las Farc pasara en el Congreso. Ahora, Gustavo Petro es blanco de ataques por ofrecer ‘mermelada’ para el buen suceso de sus proyectos en el trámite legislativo.

Y va de cuento. Bisoño, cuando llegué por primera vez a la Cámara de Representantes, no conocía de la existencia de los ‘auxilios parlamentarios’. Cuando escuché ese par de palabras creí que era la atención que prestaba la Cruz Roja si a alguno de los congresistas le sobrevenía un soponcio.

Una tarde, el representante liberal vallecaucano Fabio Salazar Gómez, presidente a la sazón de la Comisión Cuarta de la Cámara que se ocupa de los asuntos presupuestales, me dijo que yo no le había pasado la lista de ‘mis auxilios’. ¿Cuál lista? Pues que el Estado te concede una partida para que la repartas a tu leal saber y entender. Si mal no recuerdo, era una suma importante. Entregué el listado, e incluí al colegio Nazareth de las Madres Franciscanas de Tuluá, y el resto a las juntas de acción comunal de corregimientos de mi solar nativo.

Senadores y representantes son elegidos por el pueblo soberano para que en el Capitolio aprueben las normas que regulen nuestra vida social. No es verdad que a punta de ‘mermelada’ un gobierno se pueda echar al bolsillo a las mayorías requeridas para sacar adelante sus programas. No es cierto que todos los parlamentarios sean una pandilla de corruptos que se venden por puestos oficiales. No es exacto que siempre antepongan sus particulares intereses a las conveniencias del país. Y si todo eso fuera cierto, habría que clausurar el Congreso y dejar que los expresidentes y sus descendientes impusieran la legislación nacional.

Es innegable que el actual régimen nombra gente de su hueste en los cargos públicos, porque hay que gobernar con los amigos y no con los adversarios, como sucede en todo el mundo. No veo secretarios republicanos en el gabinete de Joe Biden, ni laboristas en el conservador del Reino Unido.

Aquí han dado en la flor del puritanismo hipócrita, y por eso critican que en los cargos oficiales haya funcionarios que coincidan con el proyecto político del presidente Petro, con olvido de que él triunfó con un programa de cambio para el que necesita que quienes lo ejecuten estén de acuerdo. Ahí no caben medias tintas, ni se puede ser gobierno y oposición al mismo tiempo.