Aunque es improbable que un historiador universal como Yuval Noah Harari haya estudiado o conocido a Colombia, su capítulo sobre populismo en el libro Nexus describe con asombrosa precisión los eventos de los últimos años en el país.
El populista cree auténticamente que él es el único que representa a ‘su pueblo’. Si pierde elecciones, es porque le hacen trampa o tienen al pueblo engañado. Si las gana violando la ley, es una oligarquía que inventa y aplica reglas para usurpar el poder de su pueblo, que no está conformado por un grupo de personas, sino que es un cuerpo místico, interpretado solo por el infalible jefe. ‘Ein Volk, ein Reich, ein Fürher’, resume a la perfección el dogma.
Quienes no creen o no apoyan, solo merecen ser linchados en las calles porque son traidores que se niegan a entender que solo el líder sabe lo que necesita ‘su pueblo’, una categoría a la que se entra por el solo hecho de creer en él. Contar votos se convierte en una necedad, ya que es obvio que los explotados son muchos más y solo él vela por sus intereses.
El culto ha logrado establecer que todas las instituciones de la democracia son una farsa de unos cuantos corruptos quienes conspiran para repartirse el poder. Por eso hay que atacar a la prensa, los gremios económicos, las cortes, las universidades, las fuerzas armadas y el Congreso.
Ellas promueven un dañino diálogo y crítica que frena el impulso del plan de salvación. Para el populista, todas son parte del mismo ‘pantano que hay que drenar’, para usar términos de Trump, o exterminar, para usar los de Stalin o Hitler. En su cínica visión de la sociedad coinciden los extremos en entender toda actividad como una lucha por el poder. Los periodistas, los magistrados e inclusive los científicos no trabajan en la búsqueda del bien común y solo defienden sus intereses para enriquecerse con la explotación del pueblo.
Desprestigiar las instituciones independientes, destacando sus ocasionales y evidentes errores, es esencial para la implantación del poder dictatorial populista. Mientras tontos y arrepentidos siguen en la búsqueda del ‘gran acuerdo’, olvidando que ya se hizo en el 91 y se llama Constitución, el diálogo democrático se va desarmando, en una progresiva centralización del poder que se logra presentar como ‘conquista popular’, estableciendo el derecho a defenderla con violencia.