La aparición de los cuatro niños Nukak, vivos, en la selva del Guaviare, podría dar origen a una nueva espiritualidad en Colombia, por las circunstancias históricas de desplazamiento y sobrevivencia que caracterizan a esta, la última tribu nómada de nuestro territorio.

Convencidos que desde siempre en la selva los persigue el ‘debep’ o espíritu de la muerte, una creencia encarnada en la violencia de la que han sido objeto por otras tribus y por colonos cocaleros o extractores ilegales de maderas preciosas, tienen hoy buena parte de su territorio minado.

Para el mundo ‘civilizado’ el hallazgo de los Nukak Makú fue noticia que recorrió el mundo. En instantes, hace 35 años, llegaron a Colombia investigadores, antropólogos, sociólogos, etnólogos, deslumbrados con la visión de hombres desnudos que disparaban certeramente cerbatanas de tres metros. Los Nukak vivían como en la era primigenia; desnudos y en completo estado de inocencia; cazadores y pescadores con ningún conocimiento de lo que ocurría más allá de su casa verde y sus ríos caudalosos, como el Guaviare, el Inírida, el legendario Apaporis.

Tienen su propia lengua, el Nukak y están emparentados con los Kakwa, los Makú y los Puinave. Por vivir en el departamento del Guaviare, hacen parte de la denominada región amazónica donde, infortunadamente, ocurren hoy parte de los peores males de Colombia; asesinatos por tierras aptas para el cultivo de coca, reclutamiento forzado, olvido del Estado.

Llevan la contradicción en su nombre: Nukak traduce ‘Somos gente’ y Makú, ‘no gente’, o sea colombianos invisibles. Al borde de la desaparición física y cultural, fueron duramente diezmados después de su ‘descubrimiento’. Enfermedades para ellos desconocidas como la gripa común, llegaron a sus bohíos con una carga mortal. De los casi mil Nukaks que se encontraron a fines de los 80 e inicios de los años 90, hoy solo quedan 600, de los cuales la mayoría abandonaron la selva y viven en San José del Guaviare y otras capitales del país, como Cali.

La misión Esperanza del Ejército Nacional que aspira a encontrar a los cuatro niños hermanos, Lesly, Soleiny, Tien Noriel y Cristin Ranoque Mucutuy, en la selva del Guaviare, ahora con la ayuda de los propios Nukaks y de la abuela de los mismos, es consciente que pueden estar vivos por estar acostumbrados a sobrevivir en la selva. Distinguen un fruto comestible de uno venenoso y saben cuál es el agua bebible que se almacena en las hojas después de las lluvias. De ser encontrados, después de casi un mes de caer en la selva dentro de una avioneta, sus relatos aportarán seguramente la materia necesaria para encerrar un credo que inspirará otra metáfora de fe en Colombia, pues serán testigos de un verdadero milagro.

Según la investigación antropológica consultada para escribir esta columna, “para los Nukak Makú existen dos mundos: el de arriba (cielo) donde viven los árboles ancestrales y la gente (espíritu) que cantan, bailan y no duermen mucho porque no hay noche. En el mundo de abajo, las dantas y los venados tiene poblados (casas). El mundo intermedio es la tierra donde ellos viven. Los Nukak cantan todo el día mientras realizan sus actividades, pero a veces ese canto se transforma en tristeza y lloran por los que se han marchado. No miden la edad; solo son niños, jóvenes, adultos o ancianos”.  Están emparentados con los Puinave del noreste del Amazonas, la tribu donde el realizador colombiano Ciro Guerra filmó su celebrada película ‘El abrazo de la serpiente’.

Todo está dado pues para el surgimiento de una nueva leyenda, con unos visos muy parecidos a los que se dieron en Cuba con la veneración de la Virgen de la Caridad del Cobre, la cual se apareció a tres mineros en la bahía de Nipe en 1612. Trabajaban como esclavos en las minas de cobre y estaban a punto de naufragar cuando la virgen los rescató del mar proceloso. El milagro fue constatado en notaría y a esos tres desventurados se les conoce hoy como ‘Los tres Juanes’.