Como aquí todo nos llega tarde, hasta la muerte -a decir del poeta- y todo lo dejamos para última hora, el tema de la militarización de algunas ciudades se viene proponiendo desde hace años. Pero el culillo de quienes tienen que tomar la decisión es tal, que dejan las cosas en simples propuestas y amenazas; mientras tanto, el rancho sigue ardiendo.

La tierra del escritor Gardeazábal, tristemente célebre por haber sido escenario de su novelaza ‘Cóndores no entierran todos los días’, está lista para una segunda parte, luego de más de setenta años en que se vivió uno de los episodios de la violencia más tenebrosos de nuestra historia.

Incluso llegaron a afirmar que Gustavo estaba loco, exagerando las cosas para hacer más inverosímil y realista su máxima obra literaria que cada día cobra más y más lectores.

Pues quiero decirles que lo que está padeciendo Tuluá, en estos últimos años, es mil veces peor, pero como el tapen-tapen es pan de cada día, las cosas se han manejado sin atender la urgencia de unas medidas más drásticas que los consabidos consejos de seguridad, los tales puestos de mando unificados y el blablablá de los mentirosos y fantocheros ministros de turno que se mean del susto, de miedo a que les caigan las temidas IAS y terminen empapelados.

Ahora de nuevo y ante hechos como el asesinato del concejal el pasado 31 de diciembre, la Goberdilian está liderando la exigencia de que se militarice la Villa de Céspedes, clamor en el que están de acuerdo sus inermes ciudadanos que ya le temen a salir a las calles.

Los ministros de Defensa y de Justicia están ‘estudiando el caso’ a la espera del guiño presidencial, que ya intuimos cuál va a ser y ojalá me equivoque, y se limitaran una vez más a prometer aumentar el pie de fuerza de una Policía amedrentada y a todas luces ineficiente para la situación que se vive en estos momentos.

Yo no sé la razón por la cual no se permite que el Ejército ayude en una operación de limpieza -y no me la tomen a mal- que requiere mano dura y bien dura, única salvación posible para este municipio chantajeado, secuestrado y boleteado cuyos comerciantes, por ejemplo, no aguantan más.

Y es que esta, la necesaria militarización, no deberá ser solo para Tuluá. Qué me dicen de Buenaventura, en donde más del 70% de los barrios están tomados por los ‘dueños del pueblo’ y no cesa el microtráfico y la delincuencia común en asesinar y en desaparecer a docenas de porteños, lo cual no se registra en las estadísticas que están acalladas para que no ‘panda el cunico’.

Y hasta igual y peor es lo que acontece en el Norte del Cauca, cuyo recién posesionado gobernador le reclamó al Ministro de Defensa que ni siquiera conoce esta región del país.

Allí, también, sí que caería bien que el Ejército se tomara esas poblaciones azotadas por una violencia que la Policía no es capaz de controlar.

Militarización sí y ya. Un clamor de comienzo de año que no puede dejarse de hacer.

Posdata. Que Barranquilla haya perdido la sede de los Juegos Panamericanos por no haber cumplido con los pagos a los que se comprometió, solemnemente, es una vergüenza no solo para nuestro deporte, sino también para Colombia. Debe conocerse de quiénes fue la culpa y que rueden las cabezas de los responsables de tan bochornoso episodio que nos deja muy mal parados a nivel mundial.