Joe Biden no la tiene fácil. El presidente electo de Estados Unidos tendrá que recurrir a su extensa trayectoria en el Senado y la Vicepresidencia, su capacidad de negociación y el estilo conciliador que lo caracteriza para enfrentar los líos monumentales que le esperan.
La situación se complicó el minuto en que se declaró su victoria. La terca negativa de Donald Trump de aceptar los resultados y su bloqueo al tradicional proceso de transición hoy son un enorme palo en la rueda.
Biden y su equipo no tienen acceso a la información de seguridad nacional, ni a las agencias encargadas del manejo de la salud pública, nisiquiera a las cartas de felicitación, al punto que los mandatarios internacionales tienen que darle la bienvenida vía las redes sociales o a su correo personal. La transición presidencial, una sana práctica de la democracia, está frenada. Las implicaciones son devastadoras en momentos de covid. Biden está listo para empezar a trabajar, con un equipo formado, decretos redactados y planes específicos de gobierno.
El empalme depende de la luz verde de una funcionaria del gobierno que por instrucciones de su jefe, se niega a tocar la campana.
Una vez llegue a la Oficina Oval, Biden tendrá que enfrentar la crisis de salud, la recesión y un creciente descontento social. Amenaza triple. Lo prioritario es coordinar el manejo descentralizado y errático del virus, hoy en manos de alcaldes y gobernadores que improvisan medidas a veces más motivadas por la política sobre la salud. Por el lado de la economía tampoco será fácil. El desempleo, la quiebra de los pequeños y medianos empresarios y las precarias finanzas de gobiernos estatales y municipales prometen desocupar las arcas en medio de una economía tambaleante. Quedará poco dinero para enfrentar los frentes de salud, educación e infraestructura. Es decir, para gobernar. Para rematar, el hastío ciudadano, los enfrentamientos entre los extremos, el racismo cuyas banderas ha agitado Trump, y las múltiples manifestaciones de inconformidad deben ser escuchadas. Dentro y fuera del gobierno hay voces de feroz oposición y presiones desde los costados ideológicos que apuntan a la parálisis.
Es muy probable que el Senado que resultó de este proceso electoral sea Republicano, y que sus mayorías se dediquen a bloquear las iniciativas de Biden. El primer parón llegará con los nombramientos de su gabinete. Ya hay señas claras de veto a los intentos de nombrar ministros del ala izquierda del Partido Demócrata que lo apoyó en las presidenciales. Biden le debe su triunfo al apoyo de políticos de centroizquierda como Bernie Sanders y Elizabeth Warren y activistas como Stacey Abrams. No está claro si podrá pagar esos favores.
Al tiempo que supera los obstáculos dentro de Estados Unidos, debe ordenar el despelote de la política exterior. Reenganchar con China no será fácil, pues debe navegar entre proteger los intereses comerciales y de seguridad y deshacer los improvisadas sanciones y castigos a periodistas chinos, mientras busca un equilibro frente a la situación de Taiwán. Debe decidir si retoma el polémico acuerdo nuclear con Irán, y alejarse inteligentemente de Putin, tan amigo de Trump. Armar de nuevo las agencias de gobierno encargadas de relaciones globales, comercio y defensa será tarea prioritaria, así como retomar un puesto de liderazgo en la mesa global como la ONU, la OMS, el Acuerdo de París de cambio climático, y la Otan, la entidad responsable de la estabilidad de occidente desde la guerra.
América Latina ni aparece en esa primera lista de tareas. Pero lo cierto es que Biden y su equipo conocen bien la región, a sus líderes y sus flaquezas y oportunidades. Lejos de un estilo transaccional y oportunista, se espera que un mandato de Joe Biden se caracterice por un cambio drástico de tono, un énfasis en temas migratorios en Centroamérica, humanitarios en Cuba y Venezuela, ambientales en Brasil, comerciales y de frontera en México, y de corrupción y protección de derechos laborales y humanos en el resto de la región. La relación con Colombia sin duda estará en manos expertas y seguiría su curso bipartidista que la ha caracterizado.
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