Faltan pocas horas para las elecciones parlamentarias en Italia en las cuales se escogerá el sucesor del pragmático Mario Draghi, tecnócrata de centro y expresidente del Banco Central Europeo. Su liderazgo ejemplar, su capacidad de mantener estabilidad política y económica en un país conocido por los vaivenes políticos y las crisis económicas, sus reformas efectivas, y la voz fuerte y ponderada en la Unión Europea lo convirtieron en una respetada figura internacional.

Esta semana se acaba la tranquilidad. La era moderada de Draghi abrió un espacio para el descontento, que aprovecharon los partidos de los extremos y las figuras populistas. La presunta ganadora de las elecciones del domingo es justamente eso. Giorgia Meloni, de 45 años, representando el partido de extrema derecha Fratelli d’Italia (Hermanos de Italia). Si consigue el triunfo será la primera mujer al mando de un país con poca representación femenina en la política, un espacio que se ha caracterizado en las últimas décadas más por el machismo, el Bunga-Bunga y las peripecias de Berlusconi que por la equidad de género.

El triunfo del partido Hermanos de Italia también hará historia, como el más cercano a la derecha extrema desde la Segunda Guerra Mundial. La plataforma de Meloni está repleta de ingredientes de la típica receta populista: reducción de impuestos, rechazo al movimiento LGBT, mano durísima a los migrantes, y reformas en la edad de pensionados. Aunque en su pasado militó en un movimiento político que aliado con las ideas de Mussolini, en campaña, ha evitado la línea dura de su partido con una agenda más incluyente y moderada frente a asuntos sociales. No obstante, muchos se cuestionan sus verdaderas prioridades y cuánto de su discurso moderado no es más que búsqueda de votos. Los retos que enfrenta un país tan golpeado por el covid, impactado por la guerra en Ucrania y con enorme fragmentación política son enormes, mientras sus planteamientos hasta el momento, resultan bastante gaseosos.

Pero el verdadero peligro de Meloni no es necesariamente su plan de gobierno (o falta de plan) sino su desapego y el de su partido con la moderación y la democracia. Preocupan sus orígenes neofascistas, su cercanía con el nacionalista húngaro Viktor Orban y los perfiles de sus principales consejeros. Aunque ha prometido aliarse con partidos más moderados para gobernar, no está claro si el acercamiento es maniobra política o una seria reflexión ideológica. En el complejo sistema electoral italiano no está claro tampoco el alcance de sus mayorías, ni el poder que tendrá en este nuevo parlamento. Desde ya hay preocupación sobre las medidas anticonstitucionales que podría ejecutar si logra suficiente apoyo electoral. Además, no está claro que tenga un equipo con experiencia suficiente para manejar múltiples crisis en lo económico, energético y político.

Giorgia Meloni tiene una vena pragmática, la misma que la catapultó desde el anonimato al borde del poder. Hoy, busca tranquilizar a los votantes, los mercados y a la comunidad internacional con pronunciamientos sobre la guerra de Ucrania que se alínean con la política de la Otan, un discurso sin sobresaltos frente a la Unión Europea y promesas de ortodoxia económica. Sin duda, si llega al poder se enfriará su cercanía con la UE debido a su alianza con Hungría y Polonia y a su repetido discurso euroescéptico. Tampoco está claro si seguirá el curso de reformas estructurales impulsadas por su pragmático antecesor.

El reto es grande, como lo es el riesgo. La única certeza es que vendrá un cambio dramático en Italia, con ramificaciones económicas y políticas en un país que cayó en la tentación de los extremos, contagiado de populismo como tantos países de Europa y del mundo.