Cada año, el diccionario Oxford selecciona los términos más utilizados durante los doce meses anteriores, y selecciona la palabra del año. Este año, la escogida ha sido la post-verdad. El post-truth, un concepto que lleva más de diez años de utlización pero que ahora está en furor, se refiere a circunstancias en las que los hechos objetivos tienen menor influencia en la formación de la opinión pública que los llamamientos a la emoción y a la creencia personal. En este caso, tiene un uso específicamente político más que una interpretación cotidiana. En palabras simples, le creemos más a los cuentos y las opiniones que a los hechos.Para empeorar el asunto, el matrimonio entre la post-verdad y las redes sociales ha creado una explosión mundial que amenaza con reescribir las reglas de cómo se toman decisiones en política. Y la avalancha deja la sensación de que el mundo se volvió loco. Basta con un tweet, una foto adulterada, una afirmación en Facebook, o un documento falso que circule en las redes, para que los inventos se conviertan en hechos. Ya no sabemos qué creer, ni a quién.Hay casos concretos en la política global que confirman que está de moda la verdad a medias. La explosión de titulares que usan el término postverdad es el mejor reflejo: una búsqueda simple en Google Noticias arroja 60 millones de resultados de artículos usando la palabra, incluyendo una carátula en septiembre de la revista The Economist sobre Donald Trump titulada La política de la post-verdad: el arte de la mentira. Sin duda en las recientes elecciones en Estados Unidos hubo amplia evidencia de su efectividad. Trump -y en menor medida Clinton- patrocinaron la desinformación, las conspiraciones, filtraciones, mentiras puras y manipulación del público y hasta de los medios. Es así como la elección de Trump como presidente está rodeada de cuestionamientos sobre el nivel de influencia de los rusos, y de la intención oscura detrás de las filtraciones de los correos de Hillary Clinton. Ambos bandos fueron acusados de distribuir falsedades por Facebook y Google, y los organismos de seguridad americanos comprobaron el uso de plataformas falsas para difundir rumores, por ejemplo, sobre el estado de salud de Clinton. Los seguidores de Trump hasta sembraron historias que detallaban una falsa red de tráfico de menores presuntamente manejada por ella en una pizzería de Washington. Falso.No se limita a Estados Unidos el uso de la post-verdad en la política. El Brexit, como se ha llamado la salida del Reino Unido, mediante un plebiscito, de la Unión Europea, es otro caso en el que se utilizó el mecanismo. Los que proponían irse de la unión difundieron con éxito cifras inexactas, afirmando, por ejemplo, que la salida les ahorraría a los ingleses $435 millones de dólares semanales. Con esa sola verdad, que desmintió la propia campaña del Leave justo después del voto, se cautivó a media población desencantada con la economía británica. Y la verdad-verdad fue irrelevante en el estrecho margen del resultado del voto.Hoy, con nuestros móviles invadidos de cuentos que apelan a los miedos, a las paranoias y a las conspiraciones, cada vez más tomamos decisiones y nos formamos opiniones con el corazón. Ante la falta de confianza en los números, la imprecisión de las encuestas, el desconsuelo ante la política tradicional, y la crisis económica, quedan los instintos. Los medios fallan, los políticos mienten, las encuestas no le pegan ni a una. Y los políticos se dieron cuenta de la efectividad de la desinformación, del nuevo apego a la post-verdad, a la verdad a medias y a la que queremos ver. El peligro está en que, como dice la periodista rusa-americana Masha Gessen, se utilicen las herramientas de la democracia, como la prensa, la libertad de expresión, el voto, para destruir la propia democracia. Lecciones para Colombia, sin lugar a dudas.Sigue en Twitter @Muni_Jensen