Llega el final de 2021, otro año turbulento, y es hora de hacer un corte de cuentas y una revisión general del estado del mundo, lecciones aprendidas y caminos a seguir.
Para empezar con optimismo, vemos que al culminar el segundo ‘año covid’ hay buenas noticias, empezando por el mundo de la salud. El desarrollo a toda marcha de vacunas y medicinas para mitigar el virus, los avances en la distribución global, y cooperación mundial sin precedentes son señales alentadoras. También son ejemplo del poder de la voluntad. Cuando fue necesaria una movilización para enfrentar rápidamente la emergencia, se pudo lograr. La comunidad médica y científica ha dado ejemplo de colaboración e intercambio en tiempo real de información clave, que logró advertir, enseñar y analizar hallazgos que salvaron millones de vidas.
Las instituciones internacionales y ONG grandes y pequeñas, a pesar de algunos tropiezos diseñaron pautas, advertencias y educación, plantearon lineamientos y sistemas de precaución. Los gobiernos democráticos enfocaron sus esfuerzos en vacunar, tratar, informar y mitigar el virus. Las empresas pusieron su grano de arena, manteniendo sueldos, apoyando a los empleados, tomando medidas de seguridad y organizando jornadas masivas para proteger a los empleados. Este nivel de movilización, activado para enfrentar males que trascienden las fronteras, muestra que enfrentar grandes problemas de la humanidad es cuestión de voluntad.
Sobre los temas ambientales hay razón para la esperanza. Los consensos logrados en la COP 26 en Escocia no tienen precedentes, especialmente en lo referente a la reducción de emisiones. En los últimos meses se ha creado un diálogo serio frente a la necesidad de proteger al planeta, que volteará al revés la política a futuro. No hay candidato que pueda ganar sin una plataforma de protección ambiental. Los votantes lo piden. No habrá empresa exitosa sin un programa de sostenibilidad. Los inversionistas y consumidores lo exigen. Las nuevas generaciones moverán la aguja ambiental. El activismo bien ejecutado se ha convertido en poderosa herramienta democrática.
En política mundial el panorama es más miedoso. China y sus excesos expansionistas asustan cada vez más, especialmente el cronómetro hasta una potencial toma de Taiwán. Rusia por su lado aglomera a sus tropas en la frontera con Ucrania con la misma determinación bélica. El acuerdo de suspender el enriquecimiento de uranio en Irán se parece esfumar cada día, dejando en manos de la inestable Teherán la capacidad de destrucción nuclear.
Las democracias tradicionales sufren golpes, desde la salida de Ángela Merkel, hasta las crisis que enfrentan Boris Johnson por escándalos y Emmanuel Macron por fraccionamiento político. América Latina se aleja de la democracia, pero muestra señas de recuperación. El ciclo electoral que se vive en esta región podría generar nuevas luces si los moderados se ponen de acuerdo. En un ambiente donde la política no ha logrado solucionar los grandes problemas mundiales, el sector privado, desde la tecnología y la innovación, está llenando vacíos que permiten la inclusión, la educación y el acceso a nuevos horizontes.
De las crisis recientes han salido también beneficios sociales. La preocupación por el bienestar, el replanteamiento de la salud mental, el ejercicio y la alimentación sana pasaron de ser consideradas frivolidades a convertirse en prioridades. Las relaciones sociales en los países se han realineado a favor de vínculos más sinceros y profundos, y hay mayor conciencia en la necesidad de ayudar a los demás, desde los círculos cercanos hasta las causas nobles a nivel mundial. Hay más tolerancia a la diversidad, más respeto a las minorías, más apertura a la diferencia. En un mundo donde los jóvenes son mayoría en muchos países, la esperanza recae sobre las ideas nuevas, la ilusión y los principios firmes.
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