El debate de esta semana en Estados Unidos entre los dos candidatos a vicepresidente, un evento que suele ser de bajo rating, y sin consecuencias electorales, resultó más interesante de lo que se pensaba. El encuentro entre el demócrata Tim Walz y el republicano J.D. Vance supuestamente no movería la aguja en esta campaña casi empatada. Pero el resultado fue diferente. En noventa minutos de enfrentamiento, uno de los dos se convirtió en estrella.

Aun los críticos más agudos estuvieron de acuerdo que Vance triunfó frente y que su rival, el Gobernador Walz, demócrata respetado y con experiencia, carismático aún con su estilo cariñoso y cercano, no pudo brillar. En cambio, se mostró nervioso y titubeante, incapaz de explicar sus propuestas, descolocado ante la compostura y elocuencia de su rival. Vance, de 40 años, eclipsó a su contendor con su estilo arrollador. Hoy se habla de Vance como la nueva cara del partido republicano; un lado más amable y conciliador del ‘Trumpismo’ tan agresivo y desenfrenado.

El tono de Vance, desde el primer minuto, fue calmado y académico, sus respuestas pausadas y coherentes. Incluso sus mentiras y sus ideas extremistas venían envueltos en un paquete digerible y fino, acentuados con su pinta de banquero millonario de Nueva York. Un renovado Vance salió al ruedo con elegancia y estrategia, para defender las políticas indefendibles de su jefe, explicando al público versiones maquilladas de los planteamientos del partido sobre el empleo, la economía, la salud y los conflictos globales, e incluso sobre el aborto y la inmigración.

Como por arte de magia, los mismos temas que la campaña promueve a gritos e insultos se presentaron sin odios ni amenazas, más digeribles. Al final, con rotundo éxito, Vance logró lavar y suavizar la imagen de su partido, desdibujada tras años de Donald Trump. Un éxito para sus seguidores y una preocupación para el equipo Harris-Walz.

Para entender la infinita ambición del Senador J.D. Vance, con su trayectoria como Senador y su título de Yale, hay que ahondar en su historia personal . Para empezar, saltó a la fama no como político sino como escritor exitoso. En el año 2016 plasmó sus memorias con el nombre Hillbilly Elegy (Hillbilly, una elegía rural), un relato que saltó al primer lugar en ventas y generó gran interés sobre la historia de las comunidades blancas rurales de las montañas Apalaches. En su libro reflejó su difícil y violenta infancia, su familia rota, pobre, abusiva, y su relación compleja con su madre adicta a la heroína y a las farmacéuticas. Cuenta como de niño lo cuidó su abuela severa, católica, demócrata, armada con 19 rifles. En el libro, y la impactante película del mismo nombre, Vance dibujó su vida atada la historia y la cultura Hillbilly. Al final el libro y su historia personal puso el foco en una parte olvidada de los Estados Unidos y se volvió un trampolín para el autor.

El joven escritor, que ya había peleado en la guerra de Iraq, y armado de su título de abogado de Yale, se dedicó a hacerse rico como banquero. Pocos años después se convirtió en Senador por su estado de Ohio y candidato a la vicepresidencia. Todas las reinvenciones han sucedido antes de sus 40 años para este listo camaleón.

Nace una estrella en el partido republicano, con una historia trágica de sufrimiento, superación y valentía, guerra, riqueza y política, y una dosis infinita de ambición tan grande que lo motivó a acompañar a Donald Trump en la campaña después de haberlo criticado sin misericordia. El verdadero Vance es burdo, arrogante, brillante, extremista, mentiroso y peleón, hipócrita, exdetractor de Trump. Esa cara no se vio en el primer y último debate de candidatos al segundo cargo más poderoso del país. Al contrario. Lo convirtió inmediatamente en la nueva imagen de su partido. Habrá que ver hasta dónde llega y cuál será su siguiente paso.