¡Ah, la Navidad! Ya van 2023 años de celebrar un hecho aparentemente anodino: en un censo del Imperio Romano y en un pueblito llamado Belén, al lado de una mula y un buey, un niño nace como cualquier niño. Llora inicialmente cuando se encuentra el aire de un campo frío invernal. Los dos animales lo calientan con el vapor que exhalan. Y cuando el niño mira entre lo oscuro del ambiente, una luz tenue y tierna le alumbra. Los ojos de su madre y su sonrisa. Esa vida comienza así, mientras en el oriente flota indefinible una estrella que alumbra todos los horizontes.
Es bello ese recuerdo y es bello conservarlo vivo, como el símbolo de una paz universal que huye como la misma noche. Hay alegría, deseo de ser mejores y de edificar de modo permanente el porvenir incierto del hombre, por su propio esfuerzo.
Son recuerdos que se van confundiendo y marcan un camino un tanto pagano. El baile, la feria, las comidas abundantes y tradicionales, las luces artificiales y costosas que crean nuevos bosques iluminados y hasta disfrazan al río con un ropaje distinto al cristalino de las aguas corrientes.
La historia siempre es contradictoria. El hombre es una mezcla de ángel y demonio. Mató una vez al animal para poder comer; pero siguió matando, especialmente al hombre mismo, en la lucha por el poder, la pasión y el botín, como lo escribió el criminalista alemán Hans von Hentig. En un poema mío escribo: “Un monstruo me devora, / soy yo mismo. /Un ángel me rescata, / soy yo mismo./ Y hasta puedo crear un mundo, que también soy yo mismo…”.
No importa eso. No importan los malos, no importan sus crímenes ni su perversidad. Pienso en el hombre y las mujeres buenas que, de todas maneras, han de conquistar un destino siempre mejor.
Hubo una campaña política agresiva, feroz, recrudecida de violencia, que fue saliendo de los mismos agujeros en los que se han aposentado por largos períodos o temporadas aquellos violentos por política o por ambición personal. Les gusta la violencia y son difíciles, como aquellos del llamado Eln, de abrigar la paz y llegar al silencio de las armas.
Empero, hubo en las elecciones un resultado edificante que nos permite guardar sólidamente la esperanza del cambio y la reconstrucción. En casi todo el país, y en especial en el Valle del Cauca, con la bandera del no más odio ni violencia, sino pensando en la paz y la honestidad, se ganaron esas elecciones. Alcalde de Cali Alejandro Eder, honesto y competente, reemplaza a un mandatario del que se han dicho con fundamento las peores cosas. Eder llega dentro de pocos días a gobernar a esta ciudad de nuestros afectos con planes verdaderos de progreso.
Y a la Gobernación regresa una mujer hecha a sí misma. Sencilla y jovial, pero con un liderazgo probado y una formación de estadista como pocas poseen. La calumniaron y combatieron sin inhibiciones morales de ninguna clase. Ella pasó por encima, sin enclaustrarse en rencores o maldiciones.
Los acompañé a ambos candidatos con convicción y utilizando mis conocimientos vivenciales de la política. Y sé que ahora, sin enemistad con nadie, dan inicio a la difícil tarea de corregir lo malo y mejorar lo bueno. Entre muchas obras proyectadas, hay una obra ya delineada de un gran valor hacia el progreso: el tren de cercanías que llegará a Yumbo, Jamundí, Palmira y Cerrito y allí se encontrará el camino para volver a la red ferroviaria que años atrás cubrió a Colombia. Todos estaremos a su lado estimulándolos, tanto al alcalde como a la gobernadora, en esos gratos propósitos que nos llenan de aliento y esperanza. ¡Viva el amor entre todos!