El premio Nobel de Paz se le otorgó a Nihon Hidankyo, una organización japonesa de víctimas de los ataques nucleares contra Hiroshima y Nagasaki en 1945, fundada en 1956 para apoyar a los sobrevivientes, y buscar la abolición absoluta de las armas nucleares. Parecería un premio anacrónico cuando había postulados en asuntos más presentes la agenda internacional de hoy, muchos relacionados con la estela de destrucción física y humana en Gaza y Ucrania.
La existencia misma de Nihon Hidankyo en el contexto actual de la política japonesa y las tendencias de la geopolítica del Este de Asia hace el premio de enorme valía. Es una organización de víctimas de los únicos ataques nucleares que han sucedido en la historia humana, que pone en tiempo presente la relevancia de entender qué fue lo que llevó a los ataques de 1945, cuando el retroceso militar de Japón en la Segunda Guerra Mundial ya se sentía por los golpes le asestaba China, especialmente en el nordeste, la gran base de materias primas de la maquinaria industrial japonesa y que Japón había invadido en 1931, para construir el enorme ejército naval y aéreo para invadir el resto de Asia y atacar Pearl Harbor.
En la historiografía tradicional se ha vendido que la guerra terminó porque Estados Unidos lanzó las bombas nucleares en suelo japonés. Pero militarmente Japón ya no era el enemigo del poder abrumador. Ciertamente, no era aún un enemigo de rodillas, pero sí tenía una hincada al piso, porque en China y otros países del sudeste de Asia las atrocidades japonesas contra los civiles llenaron a la gente de odio y determinación de combate y expandió las resistencias antijaponesas por toda la región.
Algunos dudan de la necesidad de usar un arma tan poderosa como cruel contra dos ciudades y claramente contra su población civil, si Japón iba camino a la derrota. Era claro que la magnitud y la velocidad de la destrucción nuclear no daba tiempo para la distinción, Fat Man y Little Boy iban a desatarse como Parcas histéricas guadañando las vidas humanas sin distinción, para aterrorizar y sellar el fin de la guerra. Nunca sabremos habría más dolor y destrucción en una derrota más lenta de Japón, si serían más o menos de los entre 110 y 220 mil muertos que dicen que causaron los ataques a Hiroshima y Nagasaki. Si como humanidad evitamos algo peor o no, siempre estará en el campo de las suposiciones.
Por su responsabilidad en las atrocidades de la Segunda Guerra Mundial, la rendición de Japón incluyó a prohibición de tener fuerzas militares ofensivas. Sin embargo, tiene el noveno gasto militar del mundo y en términos per cápita gasta más que China, el país que más agredió entre 1931 y 1945. En Japón ha resurgido una preocupante tendencia militarista que niega la existencia misma de las atrocidades en China, Corea, Indonesia y Filipinas.
La geopolítica actual trae ese enigma: el genocida de ayer quiere rearmarse porque su víctima se ha hecho poderosa para que la historia no se repita. Aunque China hoy tiene armas nucleares, su política nuclear le impide atacar territorios no nucleares como hizo Estados Unidos en 1945.
Luchar por el desarme nuclear desde la voz de los civiles sobrevivientes de Hiroshima y Nagasaki hace especial este premio que no es anacrónico, cuando el militarismo y la política de agresión se suman a la proliferación nuclear para acentuar la inestabilidad del orden internacional.
Como diría Henry Miller, no importa lo rápido que describamos el mundo de hoy, el de ayer se resiste a desaparecer.