Tomaremos prestado el nombre de la canción de Franco de Vita, compuesta en la época pre-chavista en que Venezuela reía y disfrutaba de su enorme riqueza. Es que sorprende que a las grandes potencias militares del mundo no les basta el recuerdo aún vivo de la gigantesca tragedia conocida como Segunda Guerra Mundial.
No es posible que se sigan amenazando los unos a los otros. ¿No basta con comprobar la devastación sin precedentes ocurrida en Hiroshima y Nagasaki como para que se vuelva a hablar de guerra nuclear? ¿No basta a Ucrania con probar que Rusia es un enemigo mucho más poderoso de lo que el antiguo comediante Zelenski cree?
No basta con expresar condenas verbales a tanta irresponsabilidad: la comunidad internacional tiene que actuar para sofocar las guerras ya en curso y las posibles como la de China contra Taiwán y las de las dos Coreas. ¿No basta con comprobar que de las amenazas a los hechos puede haber poco trecho?
No basta con exigir a los grandes contaminadores del medio ambiente que suspendan la producción de su riqueza. No lo harán hasta que la ciencia logre encontrar fuentes de energía limpia y ello tardará décadas en producirse.
No basta con empecinarse en el mantenimiento intacto de las instituciones internacionales que nacieron después de 1945. Hay que eliminar el derecho de veto de cinco grandes potencias en el Consejo de Seguridad de la ONU. Esta arquitectura institucional lo que está logrando es la dispersión de los centros de poder a otras agrupaciones como la Comunidad Europea, la Brics, la Asean, la Liga Árabe y otras.
No basta con verificar, como puede hacerlo Cuba, que tras 65 años de terquedad revolucionaria la economía de la isla es un auténtico fracaso. Cualquier modificación hacia el libre mercado daría a los cubanos la energía que hoy no tienen por carecer de capacidad de compra de los combustibles que mueven las plantas térmicas. Pero los castristas insisten una y otra vez en su error de décadas.
No basta que la diarquía que gobierna con despotismo a Nicaragua hubiera alejado en años pasados cualquier posibilidad de cambio. Por el contrario, acaban de modificar las cosas en ese país para convertirlo en un régimen totalitario y hereditario, en el cual todos los hilos del poder los maneja la familia Ortega.
No basta con creer en las sanas intenciones del régimen de Maduro en Venezuela.
Esta creencia es de una ingenuidad total, pues el madurismo se dirige contra viento y marea a quedarse en el poder después de que el 10 de enero de 2025 finalice el actual período gubernamental. Así el mundo civilizado manifieste su asombro.
En el plano local, el fracaso multifacético del actual gobierno es protuberante. Motivo por el cual desde un año y medio antes de las elecciones del 2026 ya han surgido más de 20 precandidatos de todas las corrientes, aspirando a dirigir este país.
Pero no basta con decir: “Quiero ser presidente”. Es preciso que la opinión pública verifique, estudie y analice las hojas de vida de los aspirantes para no caer de nuevo en el error del 2022.
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Posdata: De lo que Ricardo Roa hizo como director de la campaña del actual presidente ya se han ocupado las autoridades. Pero su intención como presidente de Ecopetrol de comprar a los accionistas minoritarios sus acciones es una muestra flagrante de administración desleal.