Mientras el Presidente de la República insistía, al atardecer del viernes pasado en el Coliseo El Pueblo de Cali, en que podría haber un “estallido social multiplicado por diez” si el país, las instituciones democráticas, el Legislativo y la Justicia no se pliegan a sus “cambios”, en la ciudad cientos de jóvenes se dedicaban a trabajar en sus emprendimientos, salían a un puente festivo largo después de su jornada laboral en las empresas que les han dado empleo o se capacitaban en algún oficio.
Son los mismos muchachos que ese 28 de abril de 2021, y durante 60 días, bloquearon la ciudad, se enfrentaron a las autoridades, acorralaron a los caleños y obligaron al desabastecimiento en la capital del Valle. Los que creían que su única posibilidad de llamar la atención por la falta de oportunidades para ellos y sus familias era salir a dar piedra, a poner barreras en las calles, a gritar arengas y llegar incluso a la violencia.
Estoy segura que esos jóvenes no serán los que vuelvan a incendiar la ciudad, ni mucho menos los que salgan como borregos a seguir la voz de quien se cree su líder, que los azuza con discursos tan populistas como peligrosos y que lo único que pretende es hacer más ancha y profunda la enorme grieta que atraviesa a la nación.
Aquellos muchachos caleños a los que me refiero son los que hoy saben que sí hay quién les tienda la mano, que sí hay oídos prestos a escucharlos, que sí se pueden sentar a hablar de tú a tú con el tendero de la esquina o con el presidente de la multinacional para generar, entre todos, esos acuerdos que les permitan pensar en que su futuro, el de los suyos y el de su ciudad será mejor.
Hace tres años, cuando todo era tan confuso en la capital del Valle y sus alrededores, salió lo mejor de esta sociedad caleña. Y cuando hablo de sociedad no me refiero a la de los ricos y poderosos sino a la que define con tanta sencillez el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española: el “Conjunto de personas, pueblos o naciones que conviven bajo normas comunes”.
Fue cuando apareció Compromiso Valle, la respuesta a ese clamor que se oyó en las calles en voz de los jóvenes más vulnerables, de los que sí pensaban que a través de su protesta podrían generar conciencia sobre su situación, de los que no se dejaron manipular por esas fuerzas externas que aprovecharon -o incitaron- la confusión que reinó durante dos meses en Cali.
Para los que no sepan, en estos últimos 36 meses, gracias esa iniciativa liderada por Propacífico, se ha logrado que 650 empresas caleñas y vallecaucanas -desde multinacionales, pasando por Mipymes- aporten recursos financieros, abran plazas de trabajo, capaciten y apoyen a esos jóvenes.
Los resultados son contundentes: se han generado 3.300 empleos directos, se ha impactado a 63.000 personas, las inversiones recibidas desde el sector privado, particulares y organizaciones internacionales ascienden a $91.000 millones. Además, cada día desde los comedores comunitarios que Compromiso Valle apoya se reparten 2,5 millones de raciones de comida, mientras 21.000 personas se benefician de los emprendimientos que apalanca.
Puedo seguir con los números, pero aquí lo importante es que Cali sí se ha transformado desde aquel 28 de abril y una parte importante de esos jóvenes que salieron a protestar han encontrado respuestas a sus peticiones. ¿Que falta mucho? Sí. Pero poco a poco vamos construyendo, entre todos, esa nueva sociedad que queremos ser, incluyente, con oportunidades, unida, empujando para un mismo lado y generando progreso.
Por eso le digo, presidente Petro, que aquí no se repetirá ese estallido social, ni mucho menos se “multiplicará por diez”, como parece que usted lo anhela. Aprenda de los caleños, de los jóvenes, de los viejos, de los pobres, de los emprendedores, de las fundaciones, de los presidentes de las empresas, que saben trabajar unidos para lograr propósitos comunes. No nos venga más con discursos incendiarios que aquí no se los aceptamos.