“El que lee un libro o emprende un viaje no volverá a ser el mismo”. Esta frase se la escuché recientemente a Alfredo Arana, presidente del Grupo Coomeva, en su discurso de premiación para los ganadores de la convención de esta organización, e inmediatamente me llevó a reflexionar.

En el vertiginoso paso de los días, en el ir y venir de nuestras tareas, solemos olvidar que la vida se compone, en buena parte, de experiencias que escapan de lo previsible o en los pequeños detalles que vivimos día a día. Nos volvemos expertos en cumplir con el deber, pero olvidamos y no detallamos aquellas cosas que nos dan vida.

Si bien somos lo que hacemos, también somos lo que vivimos. Vivir —en toda su magnitud— es mucho más que responder a lo que ‘toca’ hacer; es también sacar tiempo para aquellas cosas que nos dan gozo, nos ilusionan y regocijan el espíritu.

Hoy en día es cada vez más común escuchar frases como ‘estoy full’, ‘no puedo, la agenda no me da’ o ‘quizás la otra semana’. Se normalizó como referente entre los líderes que estemos ocupados y agotados las 24 horas. Olvidamos que el equilibro en la vida personal y el trabajo hará que tengamos un mejor desempeño laboral.

“La vida es lo que pasa mientras estás ocupado haciendo otros planes”, decía John Lennon. En la prisa diaria, esta frase nos recuerda que la vida no espera a que tengamos tiempo para vivirla, y que cuando nos detenemos a observarla en sus detalles, descubrimos que hay oportunidades de renovarnos en lo más simple. Cada momento que vivimos, si así lo entendemos, tiene el poder de hacernos empezar de nuevo. Como quien gira una hoja en el libro de su vida, las experiencias nos transforman y es así como la vida empieza muchas veces.

Recogiendo la frase del inicio de esta columna, viajar, por ejemplo, es una de esas experiencias que nos devuelve distintos a como partimos. El acto de encontrarse en un lugar nuevo cambia las perspectivas. El conocer lugares mágicos, nuevas culturas y gastronomías hace que nuestra mente se expanda e invitan a entender la historia misma de nuestra evolución. El tiempo y la distancia nos permiten vernos a nosotros mismos como observadores, entender que el mundo es inmenso y que nuestras certezas son apenas un punto en el horizonte. Nos regresa a la esencia de nuestra humanidad y que todos buscamos lo mismo: la plenitud, la alegría y el sentido. Sin duda el que se va no regresa siendo igual.

A veces subestimamos la importancia de las experiencias pequeñas. Una buena charla o un almuerzo con los amigos de la infancia, una tarde de silencio en compañía de un buen libro, leer o jugar con tus hijos, una copa de vino acompañada de una buena comida, son momentos que, por sencillos que parezcan, enriquecen nuestra memoria y dejan una huella, tal vez imperceptible al instante, pero indeleble en el tiempo. Como dijo alguna vez Marcel Proust, “el verdadero viaje de descubrimiento no consiste en buscar nuevos paisajes, sino en tener nuevos ojos”.

Quizá el secreto esté en entender que, al final, cada experiencia es una forma de empezar de nuevo. Cuando nos abrimos a los demás, cuando aprendemos algo nuevo, cuando conocemos otro mundo o simplemente nos detenemos a ver con otros ojos lo que tenemos frente a nosotros, la vida empieza otra vez. Y en ese recomenzar constante, vamos construyendo la versión más auténtica de quienes somos.

En ese sentido vale la pena recordar que cada día nos da la oportunidad de vivir una nueva experiencia, una nueva versión de esa vida que queremos. Porque la vida es un viaje en sí misma, y cada paso, cada experiencia, es una invitación a redescubrirla con el entusiasmo de quien la empieza, una y otra vez. @juanes_angel