Les confieso que me siento agotado, a veces como sin aire. Hemos venido en una montaña rusa emocional, debido a la incertidumbre generada por el nuevo gobierno del cambio, el cual arrancó con un vertiginoso ritmo para modificarlo todo, y no nos ha dado tiempo ni de respirar. Todas las semanas, sin excepción, tenemos una nueva noticia, ya sea por una postura del gobierno, una declaración de alguno de sus miembros, un escándalo. No hemos terminado de asimilar el golpe, cuando nos sacuden con un nuevo taponazo.

Ya ni sé qué pensar; a veces creo que todo es una estrategia del Presidente para asfixiarnos y generar un desgaste social de tal magnitud, que ya nadie reaccione a sus iniciativas. En otras oportunidades pienso que esto es fruto de la improvisación; pareciera que ni el Presidente, ni su equipo, terminan de conocer bien el Estado. No logra -o no le ha interesado- articular bien a su equipo de trabajo y los ha dejado sueltos, con unas instrucciones generales de cómo acometer unas reformas estructurales. Su equipo parece estar a la deriva; lo complejo es que las consecuencias las tenemos que asumir todos los colombianos: desorden, contradicciones y el país ahí, tratando de sobreaguar, en un contexto mundial y nacional tormentoso. ¿Cuál de las dos explicaciones es la acertada? No sé, pueden ser las dos o una de ellas, no importa; igual, es muy grave.

La gran mayoría de los colombianos, incluyéndome, aun cuando lo haya enfrentado en el Congreso y me sitúe al otro lado ideológico de donde él se ubica, esperábamos, por el bien del país, que le fuese bien. Él ganó en democracia, nos guste o no, y tiene un mandato legítimo; otra cosa es que siga diciendo que al haber ganado por una mínima diferencia, él y su grupo tienen derecho a gobernar como les parezca. Se le olvida que ganó con el 50,44%; que el resto de los colombianos no votamos por él, ni por su proyecto político. Parece no querer entender que hoy su desfavorabilidad es cercana al 70%, y que en el Estado colombiano existen pesos y contrapesos.

Cómo no sentir zozobra, cuando pasó de un discurso de posesión conciliador a subirse al balcón y salir a las calles a confrontar. Su equipo de gobierno fue cambiado muy rápido: sacó a los tres ministros que generaban mayor confianza y al presidente de Ecopetrol. Han dicho que no van a explorar, metieron una dura reforma tributaria y 30 reformas al Congreso, entre ellas unas que cambian dramáticamente todo, como la de la salud, la laboral y la pensional. Un día amanecemos con la noticia de que su hijo recibía dineros no declarados para la campaña. Días después, que están chuzando a niñeras, así lo nieguen todo, como la canción de Sabina. Que entraron $15.000 millones, pero aseguran que no fue así. Que aparecieron los niños en la selva, se apresuró el presidente a anunciar en Twitter; gracias a Dios y a Wilson, terminó siendo verdad tiempo después. Que mataron al coronel de las chuzadas… Noooo, ¿cómo se les ocurre?, ¡se suicidó!

De verdad, qué cansancio todo esto, pero nos figuró tener calma, respirar profundo; asimilar que nosotros no somos los que nos tenemos que desgastar. El que decidió gobernar a Colombia como si estuviera corriendo a toda mecha cien metros planos, es el presidente. Nosotros, a regular el paso y a prepararnos para una inclinada y extenuante maratón, que debemos terminar con esfuerzo, para que en el 2026 les digamos en las urnas: ¡Ya no más, nos cansamos!