Las revelaciones hace un tiempo del actor Michael Douglas pusieron a discutir al mundo en torno a la inconveniencia, por razones de salud, del fellatio y el cunnilingus, prácticas que aparecen ya en antiguos papiros egipcios, grabadas también en tinta china por maestros de la lejana Catay.

Son demasiado sugerentes esos gobelinos japoneses en los que, en un entramado de cuerpos, se adivinan las liturgias del sexo oral; en las culturas Calima y Tumaco son también abundantes las referencias escultóricas a esa apoteosis amatoria.

Pablo Picasso dibujó con tinta y carboncillo ese mundo puesto en tela de juicio por el actor de Hollywood, quien se adelantó a declarar el origen de su cáncer de garganta: no auscultó en su inveterado tabaquismo; -el alcohol también es causal del papiloma- sino que aseguró, su mal tenía origen en la práctica continua del sexo oral, algo que de inmediato despertó la envidia masculina universal, por conocer el huerto de la amada: Catherine Zeta-Jones.

La medicina española salió al paso de las declaraciones de Douglas, con el punto de vista de un galeno como Álvaro Vives, responsable del Departamento de Infecciones de Transmisión Sexual de la Fundación Puigvert de Barcelona: “No cuadra”, dijo el especialista, y agregó: “El virus necesita contacto directo para el contagio, y este no existe en la zona de la orofaringe; las infecciones deberían estar en los labios y en la lengua, no al final de la boca. No está nada claro cómo llega el virus allí. Asegurar que es a través del sexo oral, es una animalada”. Agregó además que “el sexo oral es el más seguro, en especial el cunnilingus”.

Otros galenos, por el contrario, manifestaron que el virus del papiloma humano sí puede alojarse en la garganta y ser causal de cáncer.

No se puede negar que las declaraciones del actor crearon un cosquilleo de pánico en un mundo amenazado por el VIH y el Sida.

En la Biblia se condena al onanismo, pero no explícitamente a las formas amatorias orales, como no sea desde la metáfora. Es corriente leer acerca de ‘prácticas inmundas’ o ‘bestialismo’, lo que se conoce hoy como zoofilia o sexo con animales.

El mester de amor que es el Cantar de los Cantares, tiene puntos muy altos de ese sexo de trigo limpio que igual puede adivinarse en la poesía de San Juan de la Cruz, de Santa Teresa o de Sor Juana, la monja Jerónima mexicana que nos legó una serie de poemas místicos de refinado erotismo.

Pero el sexo oral aparece por igual en los cuentos de Geovanni Boccaccio, El Decamerón, en los poemas de Pietro Aretino, en los textos lúdicos de Anaïs Nin, y en esos mundos sórdidos que muestra en sus trópicos un atormentado Henry Miller.

El cine erótico italiano ha hecho infinitos homenajes a esta forma de amor, así como el francés, el japonés y el chino. Fue el malogrado director Pier Paolo Pasolini, quien llevó al cine las historias de El Decamerón, otro día consejas de mercantes y prostitutas del siglo XIV.

Contemporáneamente, podemos citar también el filme de Nagisa Oshima, ‘El Imperio de los sentidos’, donde se rinde culto a la menstruofilia.

Beso francés o chino, el cunnilingus no discrimina culturas; entre comunidades bárbaras, se practica todavía la ablación, por la conciencia que existe acerca del clítoris como portador de la alegría y del furor uterino.

El escritor Federico Andahazi es quien de manera más abundante y festiva se dedica a ilustrar una historia, “El anatomista”, cuyo tejido atañe exclusivamente a esa flor secreta del cuerpo femenino.

La discusión está abierta, y no es solo un asunto de médicos o de representantes de la Academia de la Lengua antes los Países Bajos. Quizá el veneno está en otra parte.