Cayó Assad cuando nadie lo pensaba, tras sobrevivir a una brutal guerra civil en la que tuvo que exterminar a centenares de miles de sirios para mantenerse en el poder. Las macabras imágenes y desgarradores testimonios de la prisión de Saydnaya son apenas una muestra de la monstruosidad del régimen dinástico de los Assad, padre e hijo.
Una vez derrocado el dictador y superado el shock, producto de la ofensiva relámpago de los rebeldes liderados por Hayat Tahrir al-Sham -HST- que conquistaron Damasco sin resistencia, queda la gran incógnita sobre el futuro del país. Este podría ser, parafraseando a Pambelé, o muy bueno o muy malo, medias tintas no caben.
Muy bueno si las distintas facciones, corrientes religiosas y etnias presentes en el caleidoscopio sirio: sunitas, shiitas, drusos, kurdos, cristianos, alawitas, logran construir un proyecto de nación donde quepan todos, no necesariamente una democracia occidental, pero si una equitativa distribución del poder en que un grupo no domine a los demás. Los primeros síntomas son positivos. El comandante de los rebeldes Ahmed al-Sharaa conocido por su alias Abu Mohammed al-Jolani, de facto líder de Siria, ha dado muestras de querer construir un nuevo país incluyente, ha dicho que no quiere más guerras, sino paz y normalidad para su pueblo y se ha reunido con líderes de otras facciones.
El desafío es colosal. Gran parte del país está en ruinas, la economía aniquilada, millones de desplazados internos y otro tanto de refugiados en países vecinos y Europa que desean regresar a sus hogares. Para comenzar, HST debe ser sacado de las varias listas de organizaciones terroristas para poder acceder a ayudas internacionales sin las cuales poco puede hacer. La reconstrucción del país de lograr encaminarla tomará años.
Muy malo si no se logra una concertación y el país vuelve a caer en la guerra civil; muy malo si Isis resurge de las cenizas pescando en el río revuelto de la fragilidad institucional y deseos de venganza; muy malo si al-Sharaa, presionado por sus bases, implementa lo más radical de la ideología islámica sunita estilo talibán; muy malo si Turquía avanza aún más en la región kurda, el nororiente del país, como ya lo ha hecho desde 2019;, muy malo si algunas de las milicias armadas buscan provocar a Israel; muy malo si los iraníes regresan.
Allende, los desafíos internos, gruesos nubarrones, amenazan desde afuera. Siria, durante la guerra civil, se convirtió en un complejo escenario de la geopolítica regional y global, y un agujero negro de la comunidad internacional que nada pudo hacer para detener la calamidad que Assad le asestó a su pueblo. En Siria intervinieron apoyando o atacando a diversos grupos, Rusia, Estados Unidos, Turquía, Israel, Irán, Qatar, Emiratos Árabes, por mencionar algunos.
Al final, cuando parecía que Assad se había quedado y que triunfaban en el tablero geopolítico sus aliados, Rusia, Irán y Hezbollah, el castillo se derrumbó y estos pasaron a ser grandes derrotados. El ‘eje de resistencia’ construido por Irán durante décadas a un costo altísimo con el fin de destruir a Israel y someter a los países del Golfo, yace en ruinas. Rusia, que tiene una base naval y una aérea en Siria negocia, desprestigiada, su permanencia con los nuevos amos en Damasco. Hezbollah quedó reducida a una mínima parte tras el enfrentamiento que comenzó con Israel, lo cual le abre a Líbano las puertas para su propia reconstrucción nacional.
Ganadores en el tablero geopolítico; la población siria que puede saborear libertad por primera vez desde la creación de la República en 1946. Igualmente, Turquía e Israel como actuales protagonistas son indiscutibles ganadores aunque en las arenas movedizas de una geopolítica regional que no perdona, cualquier cosa puede pasar.