Dice la historia que un anciano iba al templo y permanecía callado durante varias horas.

El guía espiritual se enteró y un día se le acercó y le preguntó qué le decía Dios.

- Dios no habla, solo escucha, -repuso serenamente el anciano-.

- ¿Y de qué le habla usted?

- Yo tampoco hablo, solo escucho.

Con razón decía San Agustín que “hablando menos, oramos mejor”, pero eso no es lo común.

Hay cultos que son una verborrea continua, y en los que sobran las palabras y, acaso, escasea el amor.

Los respeto, pero prefiero la quietud, la meditación y estar sin más en la presencia de Dios.

Creo que en esto los orientales nos enseñan mucho y nos invitan a encontrar sabiduría en el silencio.

Sabemos que Jesús buscaba siempre lugares solitarios para orar, muy seguramente sin palabras.

@gonzalogallog