No hace mucho, una cadena radial (de cuyo nombre no quiero acordarme) publicó un informe en el que alguien interrogó al Chat-gpt sobre cuáles eran las carreras universitarias que ya no se deberían estudiar en Colombia. Esta fue la respuesta: filosofía, historia, artes plásticas, comunicación social y periodismo, bibliotecología, literatura, antropología, y trabajo social.

Esa respuesta incluía también las razones por las cuales no se recomienda estudiar hoy esas carreras, y que son básicamente las mismas: con ellas no resulta fácil conseguir trabajo bien remunerado, las oportunidades laborales “se limitan a la docencia, un campo con salarios bajos y alta competencia”. Como quien dice: si quieres ganar dinero mejor estudia otra cosa.

A mí me llamó mucho la atención la lista de lo que ya no se debería estudiar porque casi todas esas carreras son las que a mí me gustaría estudiar hoy en Colombia si fuera un joven bachiller. Más aún: si alguien me preguntara, no dudaría un instante en recomendarle que las estudie, ojalá en una muy buena universidad, para que luego hiciera una maestría y también un doctorado, que le permita, por ejemplo, dedicarse a investigar a Platón o a Homero, a historiadores como Tucídides o Edward Hallett Carr, a artistas como Beatriz González o Luis Caballero, a intentar comprender las relaciones entre naturaleza, cultura y religión en las poblaciones de la Amazonía, o a los estudios comparativos entre las numerosas lenguas indígenas que todavía subsisten en Colombia.

Sobre ese informe, un joven antropólogo hizo una lúcida observación: las carreras que el Chat-gpt recomienda no estudiar hoy son precisamente esas que nunca podrán ser reemplazadas por la Inteligencia Artificial.

Nadie duda, en efecto, del legítimo interés de los jóvenes -y sus familias- por estudiar carreras que permitan una rápida vinculación laboral y que fomenten e impulsen el desarrollo económico y social del país. Hoy en día las universidades tienen -tenemos- la obligación de fomentar la innovación, el emprendimiento, la investigación y la transferencia de tecnologías de punta al sector productivo. El país y el mundo requieren de ingenieros, economistas, eficientes administradores, profesionales de la salud e investigadores sobre el uso inteligente y responsable de los recursos naturales.

Pero sin científicos sociales y humanistas bien formados que nos hagan posible comprender lo que somos y lo que podemos llegar a ser, seremos -de nuevo- un país al borde del colapso social atiborrado de profesionales exitosos. Sin historiadores rigurosos e independientes seguiremos encubriendo y reproduciendo nuestro pasado de violencia fratricida, lo que equivale a alejarnos más de una reconciliación siempre soñada.

Sin medios de comunicación y periodistas convencidos del valor supremo de la verdad, nunca tendremos un país creíble y decente.

Sin artistas que estimulen la creatividad y desaten la imaginación, seguiremos atascados en la mezquindad repetitiva, obcecadamente miopes ante el poder transformador de lo bello y lo sublime.

Y sin trabajadores de “lo social” tampoco seremos una sociedad moderna, ni siquiera Polis Griega, a lo sumo inquilinos tristes de eso que Aldous Huxley llamó “Un mundo feliz”, pero que no es más que el subproducto de una tiranía en el que todo, incluido el ser humano y las relaciones que lo constituyen, funciona bien, como una máquina bien aceitada en la que nadie sueña, nadie piensa, nadie pregunta.

* Rector Universidad Javeriana Cali